William Shakespeare podría entrar en la difusa nómina de precursores de la ciencia-ficción (sección «retrofuturismo») si nos atenemos al prodigioso salto tecnológico que, por un memorable descuido, introdujo en primera línea de las letras universales: se trata de “Julio César”, acto segundo. César pregunta a Bruto: “¿Qué hora ha dado ese reloj?”; éste le responde: “César, son las ocho”. El poeta olvidó que el primer reloj capaz de dar las horas no se inventó hasta mil cuatrocientos años después de muerto el emperador romano.
Los auténticos gérmenes del género, contemporáneos de Shakespeare, dormían ya su sueño subterráneo en una corriente de títulos que -entre la ironía y el utopismo- venían, lisa y llanamente, a cuestionar el modelo de Estado. Encabezada por el ensayo de Bernardino Telesio “De natura juxta propia principia” (1565), que suscitó las iras del Vaticano, la lista hundiría sus raíces hasta “Gargantúa y Pantagruel» (1535) de Rabelais, y continuaría con “La ciudad del Sol”, de Campanella (1602), “Nueva Atlántida”, de Francis Bacon (1629), o “Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol y la Luna” (1648-1662), de Cyrano de Bergerac.
La primera anticipación auténticamente espectacular (con ribetes, a primera vista, de inexplicable intuición sobrenatural) se encuentra en “Los viajes de Gulliver”, de Jonathan Swift. En la tercera parte (“El viaje a Laputa”, capítulo III) Swift expone los avances de la Astronomía en aquel reino. Dice que sus astrónomos han descubierto dos satélites alrededor de Marte, uno de los cuales gira cada 10 horas, y el otro, cada 21 y media. En la época en que se publicó el libro, 1726, los telescopios astronómicos eran rudimentarios y poco precisos; tanto que, de hecho, los dos satélites de Marte (Fobos y Deimos) no fueron descubiertos realmente hasta 1877 (151 años después) por el estadounidense Asaph Hall. Los tiempos de revolución de ambos satélites resultaron ser asombrosamente cercanos a los descritos por Swift: 7 horas y 39 minutos, y 30 horas y 17 minutos, respectivamente. Al acertar, Swift falló (dicen los especialistas) ya que su intención, en realidad, era satirizar las leyes de Kepler.
Además de sus predicciones y antipredicciones, la auténtica ciencia-ficción no ha abandonado en ningún momento la línea enraizada en la ironía y el cuestionamiento de los modelos de Estado, y en esa lista ocupan lugares de honor, por ejemplo, “La máquina del tiempo”, de H.G. Wells, “1984”, de Orwell, “Un mundo feliz”, de Huxley, “Farenheit 451”, de Bradbury, “La plaga de Midas”, de Frederik Pohl… (D.M.)