El 3 de Junio de 1858, el científico británico Charles Darwin recibió una carta. Era de otro científico llamado Alfred Russel Wallace, y en aquel manuscrito, que era una larga explicación, Darwin leyó su propia teoría de la evolución natural de las especies, que aún no había publicado.
Alfred Wallace, estudiando por su cuenta, había elaborado casi exactamente la misma idea que Darwin, y sólo Darwin lo sabía.
En realidad, él llevaba más tiempo trabajando en ello y tenía la teoría de la evolución mucho más acabada que Wallace. Si Darwin pensó en darse prisa y publicarla antes de que nadie supiera de Wallace, no lo hizo. Lo que hizo, con toda nobleza, fue proponerle a Alfred Wallace publicar la teoría básica firmada por ambos, como efectivamente se hizo después en una revista científica.
¿Por qué el nombre de Alfred Wallace no acompaña generalmente al de Darwin cuando se habla de la Teoría de la Evolución natural de las especies? Porque Wallace creía que la evolución natural, por sí misma, era insuficiente para explicar la diversidad de especies, y defendía la acción divina como motor cooperante en el proceso. Tal idea venía a desembocar directamente en defender que el objetivo de la evolución era la especie humana y que se había detenido en ella: no eran esperables más cambios.
Cosas más raras hizo Wallace: se convirtió al espiritismo y, en una época en que la vacuna contra la viruela estaba terminando prácticamente con ella, hizo campaña contra la vacunación.
En una cosa más coincidieron Darwin y Wallace: ambos hicieron un largo recorrido de exploración científica, en barco, y los dos –cada uno por su lado– dejaron para la posteridad el resultado de sus respectivas experiencias en sendos libros, hoy célebres entre los naturalistas del mundo entero: el de Darwin: «El viaje del Beagle». El de Wallace: «Viaje al arhipiélago malayo». Éste apareció dedicado por su autor a…. Charles Darwin.
(DM)