El 24 de octubre de 1931, Alphonse Gabriel Capone, más conocido como Al Capone, fue condenado a once años de prisión y 50.000 dólares de multa por fraude fiscal. Fue el principio del fin.
(Por: Mundo Dantés)
Al Capone es el más célebre y duradero producto de la Ley Seca: aún sigue dando dinero. La Ley Seca, aprobada en 1920, ya sabéis, quería ser otra cosa, pero en realidad consistía en que, aunque nunca te hubiera gustado el alcohol, una vez aprobada, te morías por beberte aunque fuera un linimento dental con metílico añadido y etiquetado como whisky canadiense, pagando por la botella el sueldo de medio mes. Al Capone le encontró el punto a todo aquéllo y dio en la forma de surtir a todas aquellas gargantas ávidas de quemarse en aras de lo prohibido, llegando a venderles incluso whisky del bueno cuando el paladar y el bolsillo del cliente daban la talla.
Claro que eso también se les había ocurrido a otros, mayoritariamente de origen italiano como él, y, quieras que no, de vez en cuando tenían que discutir cómo repartirse el reparto del material, discusiones que, muchas veces, terminaban repartiéndose, como un extra en el orden del día, una porción de balas calibre 45. Pero, aparte de esos disgustillos ocasionales, que luego terminaban con un entierro a todo lujo, Capone era un tío benefactor que apoyaba a su gente y sacaba muchos niños harapientos de la calle para convertirlos en respetados, aseados y leales guardaespaldas. En 1927, había ganado unos 105 millones de dólares, 60 de los cuales procedían del alcohol, y el resto, de las apuestas, la prostitución y la “protección” a los establecimientos, ya sabéis: no-vaya-a-ser-que-venga-alguien-por-aquí-una-noche-y-te-lo-destroce-todo; los-míos-se-encargarán-de-que-eso-no-ocurra.
Los suyos se encargaban también de que él, Al, no tuviera que meter las manos en nada de donde pudieran salir chorreando. Así que ni la policía ni los jueces ni ciertos políticos tenían nada que pudieran utilizar en su contra. Teniendo, sin embargo, mucho a su favor: sobres, regalos…, buenos trajes.
El ministerio de Justicia (ya sabéis que allí los llaman Departamentos) buscó diez tíos incorruptibles en todo aquel gran país… y los encontró. Puso al frente del grupo al hijo de un panadero de origen noruego, un tal Eliot Ness, y les dijo –el ministro– encontrad algo que lo incrimine, por el amor de Dios, o, si no, por el sueldo que os he puesto para que él –Capone– no pueda sobornaros con más.
Lo que encontraron, después de buscar por otras vías, fue que el bueno de Capone…, llevaba años sin hacer la declaración de la renta. Sin pagar impuestos, vaya. Aquí nos reímos de eso, pero allí… Allí, eso es mucho más que una falta de educación: es un delito federal, y se paga –sí, reíros– con la cárcel.
En 1929, Al Capone había sido detenido en Philadelphia y sentenciado a un año de cárcel por posesión ilícita de armas de fuego. No se sabe –yo, al menos, no lo sé, ni tampoco me preocupa hasta ese extremo– cuándo exactamente cogió la sífilis. Pero la segunda vez, el 24 de Octubre de 1931, fue sentenciado y encarcelado ya por evasión de impuestos –que es el nombre rumboso que le dan allí a eso–. La enfermedad se le manifestó ya desde los primeros momentos, y hubo muchos: todos los que caben en 8 años de cárcel, entre Atlanta y Alcatraz. Cuando salió, en 1939, su salud mental dejaba bastante que desear –muchos la deseaban aún peor– y la otra dio de sí para 8 años más en Miami, donde murió rodeado del amor y las metralletas de los suyos, en su cama, de sífilis.
Al Capone, os dije, no ha dejado de dar dinero desde entonces. El propio Eliot Ness se puso a escribir –lo mismo que he tenido que hacer yo hoy, pero lo mío sin afán de lucro– bueno, escribió Ness un libro titulado “Los intocables”, refiriéndose a él y a su grupo, y utilizando esa palabra como sinónimo de “incorruptibles”… y de “intocables”, porque por encima de ellos sólo tenían… al ministro –allí los llaman Secretarios– de Justicia. En fin: en 1957, Elliot Ness, acabadas de corregir las galeradas del libro…, murió sin verle un dólar a la publicación, que se efectuó, de todas formas, firmada por él y por Oscar Fraley.
Y uno de los últimos en sacarle pasta al tema, ya sabéis, fue Brian de Palma, con su película de 1987, en la que, para ahorrar plata –y por cuestiones, supongo, de escritura cinematográfica y todo eso– redujo los “intocables” de diez, a cuatro.
Allí la gente es ahorrativa, aunque no se llamen Capone.