El 2 de Febrero de 1914, se estrenó la primera película de Charles Chaplin: “Charlot periodista”, aunque ese título en castellano –el original es “Making a living”– pasa por alto el hecho de que en ella Charlot no era todavía Charlot. En ella, Chaplin, que representa a un timador de medio pelo metido a reportero, presenta una extraña apariencia: sombrero de copa, levita, monóculo y un bigote largo, lacio y caído. Todavía no es el vagabundo andrajoso que conquistaría el mundo.
La película, de un solo rollo, fue dirigida por Henry Lehrrman, que terminó el rodaje enemistado con el actor; la causa: que no se dejaba dirigir. Los directivos de la productora Keystone también se mostraban desilusionados por parecido motivo: Chaplin no se ajustaba al guión. Chaplin tenía entonces 25 años, y se planteó si volver a los escenarios, al music hall y al teatro cómico, de donde le había sacado el superempresario Mack Sennet, entusiasmado al verle representar un borracho.
Pero hubo, ese mismo año, una segunda película. Se tituló en castellano “Carreras sofocantes” –“Kid auto races at Venice”– y, en ella, ya era Charlot: chaquetilla que le viene pequeña, pantalón que le viene grande, cuello almidonado de camisa sin camisa, zapatones seis números por encima del suyo, bigotillo mosca, bombín y bastón; todo, viejo, desgastado y astroso; o sea, la caricatura del uniforme del burgués medio de la época, creado en un rasgo de inspiración en el que el actor debió visualizar la facha de los indigentes y alcohólicos con los que había compartido de niño las calles más pobres de Londres. Con esa disparatada indumenta, Charles Chaplin, el primer genio total en la historia del cine, encontró las trazas del desharrapado errante que se convertiría, después de todo, en el primer fenómeno de masas del siglo XX. (Ad)