Churchill, rápido en la guerra y en la paz (por sus frases los conoceréis)

por | Abr 4, 2022 | Historia, Historia/Sociedad, ÚLTIMAS ENTRADAS

Por: GERARDO ACEREDA VALDÉS.

En política, el carácter de Winston Churchill no cuadraba ni con el partido conservador, ni con el liberal, ni con la izquierda. «Fue una extraña mezcla de radical y tradicionalista», en palabras de su mujer. El 31 de Mayo de 1904, cruzando la Cámara de los Comunes, desertó de los Conservadores y se sentó al otro lado como miembro del Partido Liberal. Años más tarde, volvió al Partido Conservador.

En lo que sí era un estadista de convicciones inamovibles era en su fe en la Monarquía. Como comenta la señora Churchill con ironía, era «el único creyente vivo del derecho divino de la Monarquía. Llegaba casi a la idolatría». En lo que respecta a la religión, empezó siendo agnóstico, pero durante la guerra -y en especial durante la batalla de Inglaterra- «empezó poco a poco a concebir que hay algún tipo de poder decisivo con influencia consciente en nuestros destinos». Iba poco a la iglesia; sólo le gustaban los bautizos. Pero, en cierta ocasión, confesaría a Colville(*), «no podía evitar preguntarse si el gobierno de allá arriba no sería una Monarquía constitucional… en cuyo caso siempre había la posibilidad de que el Todopoderoso pudiera recomendarlo»

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LA POLÍTICA
Churchill siempre sorprendía con originales comentarios en los momentos clave de su vida. En 1955, cuando decidió dimitir como primer ministro, se celebró una cena de gala en Downing Street con la presencia de la Reina Isabel II; tras la cena, Colville encontró al viejo estadista en su dormitorio apesadumbrado, y éste, mirándole con vehemencia, le dijo: «No creo que Anthony pueda hacerlo». Su profecía se corroboró, ya que su sucesor, Anthony Eden, dimitió como primer ministro dos años después tras la crisis de Suez, poniendo un triste final a una brillante carrera.

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Cuando el primer ministro presentó su dimisión en el palacio de Buckingham, había mucha expectación en su círculo de colaboradores sobre lo que la Reina le ofrecería después de una carrera tan singular. A su vuelta de palacio, Churchill comentó a Colville que la Reina le había dicho que le haría feliz nombrarle duque y que, aunque se había sentido tentado, preferiría permanecer en la Cámara de los Comunes hasta su muerte. «Además», dijo, «¿qué bien hará un ducado a Randolph? (su hijo); eso podría arruinar su carrera política»
     Rechazar un ducado pensando en la carrera de su hijo resultó una gran ironía, ya que éste nunca fue más que diputado durante un breve periodo, y además tenía una relación tormentosa con su padre. Las broncas entre Winston y Randolph Churchill han sido objeto de muchos comentarios. Colville afirma que crecer a la sombra de un gigante inhibió el desarrollo de Randolph, y se aventura a pensar que quizás el propio Winston hubiera sido un meteoro menos brillante en el cielo si su padre, lord Randolph Churchill, no hubiera muerto joven.

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Randolph Churchill

LA GUERRA
Son especialmente interesantes los comentarios que hace el premier británico en privado sobre grandes cuestiones de estado, y que Colville reproduce con exactitud en sus diarios. Por ejemplo, en los momentos más difíciles de la guerra, en 1940, se contempló la idea de devolver Gibraltar a España a cambio de que Franco apoyara la causa británica. El primer ministro, nada convencido, escribió la siguiente nota: «Los españoles saben muy bien que si perdemos lo van a obtener de todos modos, y estarían locos si creyeran que si ganamos les vamos a demostrar nuestra admiración por su conducta ofreciéndoselo».

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Durante la II guerra mundial, las relaciones entre Churchill y el general francés Charles de Gaulle siempre fueron tensas; tras la ocupación alemana de Francia, De Gaulle fue acogido como un exiliado en el Reino Unido pero exigía estar al tanto de las operaciones militares y que se le tuviera en cuenta a la hora de tomar decisiones.

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De Gaulle, entre Roosevelt y Churchill

Se afirma que, en una de las reuniones entre ambos estadistas, el general francés se empeñó en llevar a cabo una operación de resultado incierto, pero de elevado coste financiero. El Premier británico se negó una y otra vez: ante esta situación, De Gaulle, le espetó: “Los británicos solamente están dispuestos a luchar por dinero, mientras nosotros los franceses lo hacemos por la dignidad y el honor”.
     Churchill, le contestó:
     —Claro, cada uno pelea por lo que no tiene.
    
Durante los bombardeos que sufrió Londres en 1940, durante la II guerra mundial, Churchill solía contemplar desde su despacho la caída de proyectiles sobre la ciudad; cuentan que su asistente le preguntó por qué no acudía al refugio; a lo que el Primer Ministro, respondió:
     —
Si de pequeño mi niñera no logró evitar que me escapara a pasear por Green Park ni que obedeciera, menos lo hará Adolf Hitler.

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Con respecto al final de su principal enemigo, cuando le llegó la noticia de sobre la muerte de Hitler en su búnker de Berlín, Churchill comentó lacónico:
     —
Bien, debo decir que ha hecho bien en morir así.
     Churchill era consciente desde 1940 de que la victoria sobre Alemania dependía de la intervención de Estados Unidos, por esta razón cuando tuvo lugar el ataque japonés a Pearl Harbour que provocó la entrada norteamericana en la guerra comentó con optimismo:
     —Así que, después de todo, hemos ganado.

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Ataque japonés a Pearl Harbour

Se ha especulado mucho sobre cómo Churchill, de avanzada edad y salud quebradiza, pudo soportar unas jornadas de trabajo tan largas en medio de tanta tensión durante la Segunda Guerra Mundial. Jock Colville recuerda cómo el primer ministro le comentó en 1944 que, paradójicamente, su época de mayor preocupación no fue durante la guerra, sino cuando era Secretario de Interior en los años veinte, y que entonces, cuando se encontraba a punto de perder los nervios, descubrió que el mejor remedio era escribir en un papel todos los asuntos que a uno le preocupaban, con lo cual algunos aparecían como triviales, otros como irremediables y finalmente, sólo uno o dos iban a merecer la pena.
     Cuando Inglaterra le declaró la guerra al Imperio de Japón, lo hizo mediante una carta de Churchill al embajador japonés en Londres.
 La carta terminaba con una de esas frases hechas, sin saber muy bien porqué: 
“Tengo el honor de ponerme, señor, con todo respeto, a sus órdenes”.
 Debido a esto, Churchill fue muy criticado, a lo que respondió:

     —
Después de todo, si uno tiene que matar a alguien, no cuesta nada ser amable.

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Hiro Hito, emperador de Japón

ARTE Y LITERATURA
En una oportunidad, Bernard Shaw (1856-1950) que no toleraba a Churchill, le envió un par de entradas para el estreno de su obra de teatro “Saint Joan”.

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En la invitación había escrito: “Una entrada es para usted, y la otra para un amigo suyo, si es que lo tiene”.
     Winston Churchill, respondió que le era imposible asistir y que iría si era posible disponer de entradas para la segunda noche,si es que la hay”.
     Durante una visita a la National Portrait Gallery, Churchill contempló detenidamente los retratos de las esposas de Enrique VIII, y al constatar la escasa belleza de estas señoras, exclamó:
     —Ahora se entiende, porqué Enrique VIII tuviera tanta prisa por suprimirlas.

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Churchill & Rufus

Churchill tenía un caniche, llamado Rufus, al que engreía tanto que, a la hora de la cena, nadie comía hasta que el mayordomo sirviera también al perro. Se cuenta que un día, Churchill estaba viendo la película “Oliver Twist”, y uno de los personajes de la cinta, estaba a punto de ahogar a su perro para despistar a la policía; el estadista, en ese momento acompañado de Rufus, le cubrió los ojos y le dijo: “No mires querido, ya te lo contaré después”.

VIDA EN SOCIEDAD
En cierta ocasión, se hablaba de casas encantadas, delante de Winston Churchill.
     Una señora le preguntó: ¿Cree usted en los fantasmas?
     Churchill, contestó: «Sí».
     –¿Pero usted ha visto alguno?
     —No; los verdaderos fantasmas son los que no se ven.
    
El fotógrafo Yousef Karsh le iba a tomar una foto a Winston Churchill. Sin embargo, Yousef, antes de fotografiarle, se acercó y le quitó directamente el puro de la boca a Churchill. Su malestar quedó reflejado en la foto que, sin embargo, es una de las mejores.

Churchill malhumorado sin su puro
Churchill malhumorado sin su puro

     La faceta del Churchill alejado de sus obligaciones es sin duda la que aporta anécdotas más divertidas. Durante unas vacaciones en la Costa Azul, Churchill quiso ir a jugar al casino del Montecarlo, y Colville, con su característica prudencia, le disuadió por el impacto mediático que podía tener la presencia del primer ministro británico en el famoso casino. Churchill accedió a no acudir al casino pero le dio dinero a Colville, y le pidió que fuera él a jugar en su lugar, añadiendo que si ganaba irían a medias y que si perdía, como obviamente ocurrió, no se lo tendría en cuenta.
     La brillante oratoria de Churchill se gestó porque era tartamudo. Sin embargo, supo entrenar duro para superar totalmente esta deficiencia. Algunos de sus discursos se planificaban con semanas de antelación mediante el estudio de los temas a tratar para que su tartamudez no saliera a flote. 

WHISKY, TABACO, MUJERES
     Durante la Ley Seca en los Estados Unidos, Winston Churchill se refirió públicamente a la enmienda constitucional que prohibía el alcohol como «una afrenta a toda la historia de la Humanidad». A Churchill le encantaba el whisky escocés. 

     En el Parlamento inglés, durante uno de los discursos de Churchill, una diputada de la oposición, Lady Nancy Astor, la primera mujer en ocupar un escaño, en 1919, en la Cámara de los Comunes del Parlamento Británico, pidió la palabra. A Churchill no le gustaba que interrumpiesen en sus discursos. Pero le dieron la palabra a la diputada y ella dijo:
 «Sr. Ministro, si Vuestra Excelencia fuese mi marido, yo pondría veneno en su taza de té.» 
Churchill, con mucha calma, se quitó los lentes, y en medio de un gran silencio exclamó:

     –«Y si yo fuese su marido, me lo tomaría».

Lady Astor, primera mujer en el Parlamento británico
Lady Astor, primera mujer en el Parlamento británico

Churchill, Primer Ministro, empezaba a tener cierta edad, además de ser un fumador de puros empedernido y padecer de sobrepeso. Estas condiciones, sumadas al enorme estrés que le producía estar al frente de su país durante la contienda y el ritmo de trabajo que se imponía (dormía una pequeña siesta y trabajaba hasta altas horas de la madrugada, momento en el que descansaba unas 4 horas para volver a trabajar de nuevo) se tradujo, al finalizar la Cumbre de El Cairo, en una bronconeumonía con complicaciones cardíacas serias.

Cámara de aluminio para Churchill
Cámara de aluminio para Churchill

Uno de los motivos de preocupación de Lord Moran, su médico personal, era el hecho de que Churchill debía realizar frecuentes desplazamientos en avión, y las altitudes que se debían alcanzar podían provocarle serios problemas. Para evitarlo, se diseñó una cámara de presión de aluminio que mantenía a su ocupante a una atmósfera constante simulada de 5.000 pies.  
     Esta cámara contenía un teléfono y un circuito de aire que le permitía seguir disfrutando del placer de fumar un buen puro en su interior. Desgraciadamente, todo quedó en un intento, puesto que en el momento de ser montado en el avión Avro York, se dieron cuenta que no cabía por la puerta y que había que desmontar el aparato, por lo que fue desestimada. Después de un año de rediseño, se intentó montar en un C-54 americano, pero entonces vieron que era demasiado pesada y se acabó por desestimar totalmente. Así pues, el primer ministro no llegó a utilizar nunca este ingenio, desmontando de este modo el mito.
     Hay cientos de anécdotas sobre sus mordaces salidas de tono. Unas son falsas y otras verdaderas. Johnson da como buena aquella ocasión en la que Churchill estaba visiblemente bebido y una señora le reprochó con acritud su afición al alcohol:
     —Sir Winston ¡es Vd un borracho!
     —Si señora, yo soy un borracho y Vd es fea; pero… a mi, mañana se me habrá pasado.
    
Amigo de los placeres de la vida, en cierta ocasión, Winston se encontró con uno de sus mejores mariscales de campo en la Segunda Guerra Mundial, el singular Bernard Law Montgomery (Monty para los amigos),  Al contrario que Churchill, que era una chimenea andante, Montgomery tenía una fuerte aversión al tabaco e inevitablemente chocaba con él, que llevaba el tabaco hasta en el nombre. Con estos antecedentes, no es de extrañar que Montgomery le dijera al Premier Británico:

     –Yo no bebo ni fumo. Duermo bastantes horas. Por eso estoy en forma al ciento por ciento.
     Y Churchill respondió
    —Yo bebo mucho, duermo poco y fumo un cigarro tras otro. Por eso estoy en forma al doscientos por ciento.

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El general Montgomery
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LA EDAD
Cuando Churchill cumplió 80 años, un joven reportero le dijo “Sir Winston, espero fotografiarlo de nuevo cuando cumpla los 90”. El gran estadista, respondió:

     –-“¿Por qué no?; usted parece gozar de buena salud”.
     El tabaco mata millones de personas al año en todo el mundo, pero con Churchill parecía hacer una excepción. Su afición por los puros era tal que cuando le advirtieron de sus peligros, y que el tabaco era un veneno lento, Churchill contestó con sus muchos años (murió con 91):
      –!Y tan lento!

 

(*) Sir John Rupert Colville, autor de «A la sobra de Churchill: diarios de Downing Street 1939-1945»

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