El 5 de Enero se cumplen años de la muerte de Ramón María del Valle-Inclán, nuestro manco genial del siglo XX; aquél que fue capaz de fabular su propia vida como la mejor de sus novelas. Su contemporáneo Ramón Gómez de la Serna lo definió como “la mejor máscara a pie por la calle de Alcalá”.
Se llamaba realmente Ramón Valle y Peña, y abandonó la carrera de Derecho por haber fracasado en la asignatura de Hacienda Pública, coyuntura que aprovechó para marcharse a Méjico y trabajar como periodista. Casado con la actriz Josefina Blanco, recorrió América del Sur como director artístico de la compañía teatral de María Guerrero. Fue catedrático de Estética y, con la República, director de la Escuela de Bellas Artes en Roma. Había perdido un brazo en una pelea a bastonazos, pero él explicaba que, en una expedición por la jungla suramericana y viéndose acosado por un puma hambriento, hubo de tomar la decisión de su vida: cortarse él mismo el brazo y arrojárselo a la fiera para que se lo zampase mientras él ponía a salvo el resto de su anatomía.
Su gran creación fueron los “Esperpentos”, un nuevo lenguaje teatral que abría en canal la negra entraña de la nueva y siempre vieja España. El autor de “Tirano Banderas”, “Divinas palabras”, “Luces de Bohemia”, etc, murió el 5 de Enero de 1936, víspera de Reyes, justo el año en que hubiera visto cómo empezaban a hacerse más verdad que nunca -y más trágicos que nunca- sus Esperpentos. (Ad)