El Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU) otorga la Medalla de Oro a los marinos mercantes españoles que, a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, navegaron bajo la bandera estadounidense.
El pasado 21 de diciembre, el Senado de Estados Unidos aprobó el anteproyecto de ley que concede la Medalla de Oro del Congreso a la Marina Mercante de la Segunda Guerra Mundial, en cuyos barcos sirvieron cientos de marinos españoles exiliados tras nuestra Guerra Civil. El anteproyecto quedará convertido en ley una vez sea firmado por el Presidente Donald Trump, acto que, previsiblemente, se efectuará a lo largo del presente mes de enero.
Exiliados en la mar
Como es bien sabido, la Guerra Civil Española, además de las casi 700.000 víctimas entre muertos y heridos, provocó, durante, y sobre todo al final de la contienda, un incalculable éxodo; una desgarradora decisión que muchos, muchísimos españoles tuvieron que tomar, y que, salvo de los que destacaron (bien fuera por su rango político, su intelecto, virtudes artísticas o cualquier otra “notabilidad”) apenas se ha hablado, y menos aún de aquellos cuyo exilio estuvo en la mar.
Estos últimos eran los marinos mercantes españoles, que, tras tres años de guerra civil aprovisionando a la España Republicana, acosados, cuando no hundidos, por la denominada entonces “Marina Nacional” y los corsarios de las Marinas de Guerra Italiana y Alemana, pasaron, en su diáspora, a servir al país que los había acogido: los Estados Unidos de Norteamérica, tripulando sus mercantes a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, formando parte de los convoyes que abastecían a la Europa aliada.
La condecoración del Congreso de los EE.UU es, junto con la Medalla “Presidencial de la Libertad”, el premio civil más alto del país.
Quien estas letras escribe tuvo el honor de conocer a uno de aquellos marinos durante su estancia en el puerto de Filadelfia, a finales de los sesenta del pasado siglo. El hombre, con nacionalidad norteamericana desde los inicios de la Segunda Guerra Mundial, acababa de jubilarse como capitán de la marina mercante, grado que también había ejercido en la española hasta que su barco fue hundido en el Mediterráneo por un submarino italiano.
“Todos aquellos marinos mercantes que no se presenten justificando no haber ayudado al enemigo, serán juzgados por el delito de auxilio a la rebelión”, decía uno de los primeros decretos acerca de la marina mercante, promulgados por el Gobierno de Burgos presidido por el General Franco, en febrero de 1937. Esta disposición, fue una de las principales amenazas por las que estos marinos tomaron el camino del exilio.
Su historia, apasionante como la de tantos de su época, la reflejé en dos de mis novelas. ¡Más de treinta años llevaba con la intención de hacerlo!