Pero fue un golpe de Estado perdurable. Desechadas las “conclusiones” oficiales, y a falta aún de que se libere documentación comprometedora, la cara oculta del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, trigésimoquinto presidente de los Estados Unidos, ha recibido constantes fogonazos iluminadores y ofrece ahora un mapa más precisable que nunca. Con la correspondiente actualización y abiertos los caminos a indagatorias en marcha, la presente reconstrucción recoge, básicamente y con toda probabilidad, la versión más cercana a la verdad de lo que pasó aquel día en Dallas.
*Ausi omnes immane nefas ausoque potiti. (Virgilio “Eneida” VI, 624)
El viernes 22 de Noviembre de 1963 el presidente John Fitzgerald Kennedy y su esposa, Jacqueline Bouvier, hacían una visita oficial a Dallas, y la vistosa comitiva desfilaba con ellos dos en el vehículo principal por las calles de la ciudad. Sobre las 12,30, atravesando Dealey Plaza, sonaron varios disparos, y el cuerpo del presidente se derrumbó inerte sobre el regazo de su esposa. Alrededor de una hora después, fue detenido Lee H. Oswald bajo sospecha de haber asesinado a un policía minutos antes, acusación súbitamente eclipsada por la que ha hecho de él un personaje histórico: la de haber asesinado a Kennedy. Desde ese momento, Oswald apenas recibió tratamiento de sospechoso, sino de autor indiscutible de los disparos de Dealey Plaza, realizados —también sin género de dudas— desde un edificio cercano donde él trabajaba. Dos días después, en las propias dependencias de la Policía de Dallas, él mismo fue asesinado de un tiro, también a la vista de todos, por un pequeño hampón local llamado Jack Ruby.
Lee Harvey Oswald era un ex-marine de 24 años con una hoja de servicios sin tacha, aunque sus cualificaciones definitivas no lo situaban como un gran tirador, pese a lo cual había llegado a sargento. Hablaba ruso y había vivido en la Unión Soviética, de donde volvió casado con una autóctona llamada Marina. Todavía hay cierta confusión sobre cómo y por qué pidió hacerse ciudadano ruso, cómo y por qué no lo consumó, y cómo y por qué su ininterrumpido contacto con la embajada norteamericana en Moscú culminó en una ayuda económica oficial para el regreso “en familia” a EEEUU en un tiempo —Junio de 1962— en que los permisos y trámites burocráticos norteamericanos para ese tipo de tránsito no eran ni fáciles ni rápidos. En todo caso, el trato oficial que a Oswald le dispensaba su país natal lo situaba en algún punto intermedio entre traidor y sospechoso activista del procomunismo, e incluía un agente del FBI asignado a su estrecha y secreta vigilancia.
Pero volvamos a 1963 y a la caravana presidencial atravesando Dallas aquel soleado día de Noviembre. Oswald había sido admitido para trabajar en el Texas School Book Depositary Building (un almacén de libros escolares) unas semanas antes. La caravana presidencial pasó junto al edificio, dejándolo a su espalda. La encabezaba el automóvil del jefe de la sección de Homicidios de la policía de Dallas, el capitán Will Fritz, seguido por el del presidente, con los Kennedy y el gobernador de Texas, John Connaly, y su esposa a bordo. Frente a ellos, un paso a nivel custodiado por un coche de la policía. El primer disparo atravesó la garganta de Kennedy y le destrozó la base del cráneo, y es la bala que siempre se ha creído proceder de Oswald. Según la versión oficial, atravesó primero al presidente y después al gobernador Connally, sentado delante de él, quedando alojada en su muslo izquierdo. La segunda bala, según la versión oficial, se perdió sin dar en ningún blanco. La tercera —también versión oficial— entró por la parte posterior de la cabeza del presidente. Varios testigos declararon que, tras la primera detonación, hubo dos o tres rápidas, casi pegadas entre sí. Oswald manejaba un fusil barato, no automático, de los que se montan manualmente por medio de cerrojo. Eso no es precisamente rápido. La versión oficial estableció, sin embargo, que Oswald había disparado tres balas –dos de ellas, certeras– en 7 segundos, con la particularidad de que la primera de ellas –una «bala mágica», dadas las curvas que tuvo que hacer para ello– atravesó a Kennedy y al gobernador sucesivamente.
ZAPRUDER: UNA VUELTA DE TUERCA
En 1975, salió a la luz pública el documento que, entre innumerables documentos gráficos ya catalogados, lo cambió todo: la filmación Zapruder, hecha por un ciudadano que, sin saberlo, estaba con su cámara en el sitio exacto. Había permanecido 12 años oculta. Oculta, pero no desconocida, ya que el FBI la había examinado en los días posteriores al asesinato, y la Comisión Warren, obviamente, también. ¿Cómo es posible, entonces…? Sus imágenes muestran, con toda crudeza, cómo el impacto de un proyectil hace estallar el cráneo del presidente con una violenta sacudida; un proyectil que de ninguna manera podía haber sido disparado desde atrás, desde el edificio donde estaba Oswald, Fue el disparo decisivo, y no se necesita un experto en balística para ver el efecto de una bala de fragmentación —popularmente conocidas como “explosivas” o “dum-dum”— y para tener la seguridad de que fue disparada desde algún punto situado al frente y a la derecha de su objetivo,
Cuando la cinta, mantenida en secreto desde 1963, entró a formar parte de la documentación disponible, los investigadores del caso —sobre todo, los que desconfiaban de la versión oficial— comprendieron que era exactamente lo que necesitaban para empezar de cero. Para empezar, la Comisión Warren había rechazado los 50 testimonios que hablaban de un disparo hecho desde un montículo cercano, precisamente al frente y a la derecha del coche presidencial.
LA VERSIÓN OFICIAL
De la versión oficial se encargaba la Comisión Warren. Creada por el hasta entonces vicepresidente Lyndon B. Johnson, convertido en presidente el mismo día del asesinato, la Comisión Warren, cuyo objetivo era investigarlo, estaba presidida por Earl Warren, presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos, y compuesta, además, por dos senadores, dos congresistas (uno de ellos, Gerald Ford, futuro presidente de la nación) John M. McCloy, ex-presidente del Banco Mundial, y Allen Dulles, ex-director de la CIA, cargo del que había sido depuesto por… el presidente asesinado, que no confiaba en él. Dulles era nada menos que el portavoz de la Comisión. Ésta emitió en 1964 el informe definitivo de sus pesquisas, según el cual Oswald había actuado en solitario y por iniciativa propia, disparando tres balas contra el presidente. Lo mismo también, básicamente, para el caso de Ruby. Desde entonces, muchos han lamentado —o mejor, denunciado— el ánimo “ccoperativo” con que la prensa USA –la prensa libre de USA– casi en bloque, aceptó sin críticas lo que se le daba, lejos de cualquier espíritu investigador.
En 1979, el Comité de Investigación de Asesinatos de la Cámara de Representantes, tras dos años de investigaciones, estableció la posible existencia de una conspiración, con participación del “crimen organizado”, para asesinar a Kennedy. Para este comité, hubo dos tiradores y cuatro disparos. Y concluía que alguien había contratado a Oswald para asesinar a Kennedy y a Ruby para matar a Oswald.
A estas alturas, lo único que aparece evidente es que la comisión Warren investigó a fondo todas las formas de no investigar el asesinato.
LO QUE PUSO A KENNEDY EN EL PUNTO DE MIRA.
¿Quién o quienes querrían ver muerto al presidente de la mayor potencia del mundo occidental, y cuáles eran sus motivos? Sin perjuicio de que pudiera haber otros, éstos serían los principales interesados:
*La poderosa industria armamentística estadounidense, que tenía una ingente e incesante fuente de ingresos en la guerra de Vietnam, estaría —coinciden muchas líneas de investigación— en los primeros puestos de esa lista. Kennedy se había propuesto ir retirarando soldados norteamericanos de aquella guerra. El nuevo presidente, Johnson –que había creado la comisión Warren dos años después, poniendo en ella al ex-director de la CIA depuesto por Kennedy– recrudeció la guerra de Vietnam enviando 100.000 soldados más. En 1968 eran 500.000 (con Kennedy no pasaron de 16.000). Con el cuerpo de Kennedy todavía insepulto, Johnson había mandado eliminar de una de sus disposiciones para retirar fuerzas de Vietnam un párrafo esencial, según el cual la participación norteamericana en el conflicto iba a quedar reducida a enviar asesores. Al final de la guerra, habían muerto 50.000 soldados norteamericanos en Vietnam. La sospecha —expresada como certeza por muchos—de que Johnson formaba parte del complot para asesinar a Kennedy ha atravesado incólume el tiempo sin perder nada de su brillo original.
*El Pentágono, plagado de militares contrarios a la visión de Kennedy, que había llegado a decir ante la Asamblea General de Naciones Unidas: «Es preciso suprimir las armas nucleares antes de que ellas nos supriman a nosotros». Sin esperar, el Pentágono reevaluó las disposiciones de Kennedy relativas a Vietnam sólo días después de su asesinato.
*La parte de la CIA que acababa de ser depurada por Kennedy, tras el fracaso del intento de invasión de Cuba por Bahía de Cochinos, una operación en la que él se había negado a implicar a las fuerzas armadas y a la que había prestado un raquítico apoyo que le valió agrios reproches. El presidente había destituido como director de la CIA a Allen Dulles, de quien se sospechaba, además, que había contribuido bajo mano al asesinato de Lumumba, líder congoleño que contaba con el apoyo de Kennedy para democratizar el recién descolonizado país africano. También sospechaba que había movido hilos en la sombra para apoyar un conato de golpe de Estado militar en Francia, en Abril del 61, un intento de derrocar a De Gaulle, cuya postura ante la autodeterminación de Argelia no compartía Dulles. Ya en 1959, la CIA había considerado derrocar al jefe de Estado francés, cosa que le ocultó a Kennedy. Dulles, en resumen, se consideraba enemigo de De Gaulle, mientras que para Kennedy el mandatario era un valioso aliado. Kennedy llegó a decirle al embajador francés: “No tengo el control de la CIA” . En cuanto a Cuba, le presentaron un plan para producir una serie de explosiones, incluido el estallido de un avión en el aire, y atribuírselas a Cuba, justificando así una invasión militar en toda regla. Kennedy lo rechazó. En cierto momento, imprudentemente, llegó a comentar donde lo oyesen que tenía el propósito de desmantelar la CIA.
*La Mafia, para la que Cuba era un enorme garito con grandes ganancias, había sido arrojada de allí por Fidel Castro, con cuya muerte soñaba esa organización, mientras Kennedy apostaba por el entendimiento. Uno de los grandes capos de la «Cosa Nostra», Carlos Marcello, era uno de los objetivos fundamentales de la lucha emprendida contra el “crimen organizado” por los hermanos Kennedy —el presidente y el fiscal general, Robert Kennedy— a quienes odiaba a muerte. Por su parte, Giancana había conspirado con la CIA para asesinar a Castro, a espaldas de Kennedy. La ultraderecha anticastrista norteamericana compartía, en ese aspecto al menos, las aspiraciones de la Mafia.
*La ultraderecha nacional, que no necesitaba a la Mafia para librar una dura batalla contra el firme propósito de los Kennedy de avanzar y hacer cumplir los derechos civiles para la población negra. Kennedy había traído al primer miembro afroamericano del Servicio Secreto, Abraham Bolden, para formar parte de la División de Protección Presidencial. Bolden había descubierto una conspiración para asesinar al presidente en Chicago y, más tarde, intentó denunciar la desidia del Servicio Secreto el 22 de Noviembre en Dallas, donde la observación de las reglas básicas de protección a un presidente en desfile abierto dejaron mucho que desear. Bolden fue encarcelado por cargos poco claros. Biden lo indultó en 2022.
*El FBI o, mejor dicho, su director J. Edgar Hoover, acostumbrado a ejercer un poder casi sin límites, cuyo alcance se veía ahora constreñido por el Fiscal General, Robert Kennedy, de quien dependía a todos los efectos y que demandaba de él mucha más energía en la aplicación de los derechos civiles a la población negra y en la persecución de la Mafia, dos campos en los que Hoover no parecía brillar con luz propia. Su pugna soterrada e invisible contra los Kennedy incluía medidas de autoprotección, por ejemplo, un completo dossier en los cajones de su mesa de trabajo sobre las amantes de John Kennedy.
CABOS SUELTOS
Entre otros cabos sueltos, Kennedy pensaba pedir que las investigaciones por el escándalo Bobby Baker se hicieran públicas, lo que afectaría a varias figuras políticas, entre ellas, una de gran calado. Baker era un inquieto emprendedor, en cuyos complejos y arriesgados negocios, una investigación del Senado encontró el nombre de Lyndon B. Johnson, lo que abría la posibilidad de que ese mismo nombre fuera eliminado de la candidatura presidencial para 1964. Con la desaparición de Kennedy, se abandonó esa investigación.
Sumariamente, y en cuanto al resto del mundo, Kennedy había anunciado una nueva política exterior que dejaba fuera de juego asuntos para los que la CIA y el Pentágono tenían sus propios planes. Ejemplos: una democracia independiente para el antiguo Congo belga, equilibrar la situación política en Oriente Medio con la ayuda de Nasser, normalizar las relaciones con la Cuba de Fidel, una política de distensión con Rusia, a la que pensaba proponerle realizar una llegada conjunta a la Luna. Etc.
EL MAYOR CABO SUELTO: RUBY.
A pesar de los indicios desaparecidos o borrados, la configuración general de los restantes dice —desde el principio— que si los impulsores del asesinato no hubieran estado en las altas instancias de la CIA y el FBI, primero: no habrían encontrado tantas facilidades para perpetrarlo, y, segundo: habrían bastado unos días para detenerlos. En realidad, habría bastado con que Oswald siguiera vivo, lo que habría obligado a Ruby a jugar sus cartas.
Cuando los miembros de la Comisión Warren fueron a interrogar a Ruby a Dallas, él suplicó que lo llevasen a Washington —petición repetida y repetidamente denegada— para poder contar la “verdadera historia”. Ante cámaras y micrófonos, Ruby habló de grandes intereses implicados en las altas esferas cuyos representantes nunca permitirían que se supiese la verdad de lo ocurrido. En unos escritos enviados desde su celda, decía: “No crean al informe Warren; se hizo para que los norteamericanos y los países europeos bajasen la guardia. Han buscado comprometerme mediante el engaño y lo han conseguido”. En la última entrevista de Ruby, poco antes de su muerte, dijo: “El mundo nunca sabrá la verdad de lo que ocurrió… Mis motivos… Por desgracia, las personas que tanto tenían que ganar, que tenían ese motivo y que me han colocado en la situación en que me encuentro nunca permitirán que los verdaderos hechos lleguen a conocerse”.
Jacob Rubinstein (Chicago, 1911) era hijo de inmigrantes judíos polacos. En 1947, se cambió el nombre, se fe a vivir a Dallas, porque “el sindicato del crimen me había trasladado allí”, según afirmó más adelante. Allí dirigió salas de fiesta de segunda B, como “Carrusel”, local de stiptease, en Commerce Street. Allí vendía botellas de champán, de 1,60 a 17,50 dólares. Intervenía en las peleas golpeando a los borrachos con la culata de la pistola. En una de esas peleas, le arrancaron de un mordisco la punta del dedo índice de la mano derecha. Detenido 9 veces en 16 años, nunca fue declarado culpable. Mantuvo buenas relaciones con los policías de Dallas, que solían beber por cuenta de la casa en los locales que él dirigía.
Con Oswald capturado vivo, Ruby debió recibir una comunicación del tipo: “Ahora el que está en la cuerda floja eres tú. Mátalo. Nosotros te protegeremos”. La esperanza de recibir esa protección mantuvo su boca cerrada hasta su muerte en 1967. Quizá percibía que su supervivencia en la cárcel durante esos tres años ya era un adelanto de esa “protección”. Pero lo único que se le adelantó por encima de sus expectativas fue la muerte.
Declarado convicto del asesinato de Oswald el 14 de Marzo de 1964, fue sentenciado a muerte. Pero el 5 de Octubre de 1966, el Tribunal de Apelaciones Criminales de Texas revocó la sentencia alegando error judicial.
Esperando el nuevo juicio, Ruby entró en una espiral de toses, náuseas, etc. El 9 de Noviembre de 1966, le llevaron desde la prisión del condado de Dallas al hospital Parkland, donde le diagnosticaron neumonía. Al día siguiente, se divulgó que padecía cáncer en estado terminal. El doctor encargado desestimó la intervención quirúrgica o las sesiones de radiación, considerando que su estado no ofrecía esperanzas, y le prescribió inyecciones de 5-Fluoruracil para retrasar el final. En la noche del 2 de Enero de 1967, le administraron oxígeno para evitar la formación de coágulos de sangre. Amaneció mejor a la mañana siguiente, y, sin embargo, hacia las 9 sufrió un espasmo, y a las 10,30 era cadáver.
Según lo publicado por Irving Wallace, Ruby llegó a decir que quienes temían que hablase le habían inyectado células vivas de cáncer. En la autopsia, el doctor Earl Rose descubrió el origen del cáncer en el pulmón derecho para asombro general, ya que el diagnóstico original lo situaba en el páncreas. El páncreas estaba absolutamente normal.
La periodista Dorothy Killgallen, visitó a Ruby durante el juicio. Durante año y medio investigó el asesinato de Kennedy. El 8 de Noviembre de 1965, fue encontrada muerta en su apartamento, y el fallecimiento se atribuyó a una combinación de barbitúricos y alcohol. No apareció una sola nota relativa a su entrevista con Ruby.
OSWALD
La encubierta facilidad con que Oswald se movía entre Rusia y EEUU, más los contactos en Moscú —ahora se sabe— entre el ex-marine y la embajada estadounidense conducen a la idea del “falso desertor”, lo que encaja también con su hiperactividad repartiendo pasquines pro-Cuba y hablando de marxismo y comunismo ante cuantas cámaras y micrófonos le ponían delante. Todo parece indicar que Oswald creía ser un agente infiltrado en un complot para asesinar a Kennedy y estar contribuyendo “desde dentro” a su fracaso. Tan de cerca era estudiado antes del asesinato de Kennedy, que tenían intervenido el correo de su madre
En los días anteriores al 22 de Noviembre, un doble de Oswald, alguien que se le parecía físicamente, estuvo haciéndose ver y notar por todas partes, discutiendo y metiéndose en broncas sin fundamento y pronunciando en voz bien alta su nombre —Lee Harvey Oswald— dejando así un rastro de testigos dispuestos a identificar físicamente al auténtico Oswald, ya detenido, sin género de duda.
William Harvey ha sido señalado por variados investigadores como el cerebro de la trama. En 1959, era uno de los tres oficiales de la CIA que controlaban el envío de “falsos desertores” a la Unión Soviética. Había enfurecido a Robert Kennedy actuando por su cuenta con los anticastristas y éste lo alejó de Washington enviándolo a las dependencias de la CIA en Roma. En aquel tiempo, Beirut y Hong-Kong eran los principales centros mundiales donde contratar asesinos. Pero en Marsella había unos con una característica esencial: los de la Mafia corsa, cuya Ley del Silencio garantiza un hermetismo feroz antes que enfrentarse a la deshonra de ser eliminados por sus propios compañeros. Junto a Harvey, también se cita a Richard Helms, jefe de la División de Planes Encubiertos de la CIA, de la que fue nombrado director en 1963 por Johnson.
Se cree que el contrato partió de Carlos Marcello, en Nueva Orleans. La primera oferta se le hizo a Christian David, líder de la red corsa de traficantes de drogas en América Latina, quien rehusó al saber que había que “trabajar” en territorio estadounidense. Finalmente, fueron contratados tres “especialistas”, entre ellos, uno que inspiraba temor a sus propios correligionarios por su adicción a las situaciones “difíciles” y su propensión a las acciones arriesgadas: LUCIEN SARTI.
El 22 de Noviembre, Oswald salió de casa con un fusil envuelto en un atadijo, se dejó llevar al trabajo en el coche de un vecino al que explicó que llevaba marcos de ventana en el paquete. Y luego lo dejó en el sexto piso, desde donde se haría uno de los disparos. Oswald había sido admitido como guarda de almacén en el Texas School Book Depositary Building el 14 de octubre, por 50 dólares a la semana. Le debieron hacer creer que el plan era salir tranquilamente del almacén hacia un lugar cercano a su casa, donde lo esperaría un policía en su coche-patrulla, que lo llevaría donde le entregarían el dinero convenido, y después a Irving, donde tenía familiares. La policía de Dallas se encargaría de no hacerlo aparecer como sospechoso al interrogar a los empleados del almacén. Por último, volvería a trabajar después del fin de semana. Cuando el desfile pasaba por allí, los 90 empleados del almacén bajaron al primer piso a contemplarlo.
Pero el plan policial no era exactamente ése: una vez consumado el crimen, había que concentrar toda la atención en el almacén. Dejar escapar a Oswald. Después, divulgar sus señas para aplicarle la “ley de fugas” y cerrar el caso de una vez, con un solo sospechoso, ya muerto. El policía que lo esperaría cerca de casa tenía que matarlo enseguida.
Por su parte, los tres tiradores marselleses habían llegado a ciudad de México, desde donde cruzaron la frontera de EEUU por Brownsville. Allí los recibió un representante de la Mafia de Chicago, que los trasladó a Dallas, donde emplearon varios días en familiarizarse con Dealey Plaza. El 22 de Noviembre, uno de los tiradores se situó en el mismo edificio que Oswald, otro en el de enfrente, el Dal-Tex Building, y el tercero sobre un pequeño montículo ajardinado que quedaba exactamente al frente y a la derecha de un punto por el que pasaría el auto presidencial. Entre otros, el fiscal Garrison sostuvo siempre que Oswald no disparó un solo tiro de los cuatro ya aceptados por la mayoría de los investigadores: dos de ellos se hicieron desde el Texas Book Depository, y uno desde el Dal-Tex. Uno de ellos alcanzó a Kennedy, otro a Connally, y el tercero falló por completo y sólo rozó la mejilla de un asistente al desfile. El cuarto fue el disparo definitivo, mortal de necesidad. Fue el disparo cuyo impacto recoge, con toda crudeza, la filmación Zapruder. Fue hecho por Lucien Sarti, el audaz tirador propenso a las acciones arriesgadas, que se había puesto una indumentaria de color azul confundible con el uniforme de un policía –sabiéndose probablemente cubierto por auténticos agentes de policía– y que usó para la ocasión su munición favorita: una bala de fragmentación. Hecho el disparo, el arma fue inmediatamente traspasada a un cómplice disfrazado de mecánico ferroviario, que la desmontó rápidamente, la ocultó en su caja de herramientas y se alejó con ella caminando tranquilamente.
Casi instantáneamente, el capitán Fritz ordenó rodear el almacén desde el que él dijo procedían los disparos. Cuando entraron, Oswald estaba en el refectorio, office o lunch-room, con una Coca Cola abierta y un sándwich. Fue dejado en paz por los policías al escuchar de sus compañeros que era un empleado de allí.
Todos los agentes de policía estaban intercomunicados, con grabación incluida de sus conversaciones, así que el sonido de los disparos debió quedar grabado…, pero un extraño corte detuvo todo el flujo comunicativo desde unos minutos antes hasta minutos después de que ocurriera todo.
Al día siguiente, sábado, a las 2,06 de la tarde, el capitán Fritz declaró que Oswald era el único autor de los disparos contra el presidente. El instinto investigador prescribe siempre pensar en la posibilidad de que haya “alguien más”, pero en este caso, inexplicablemente, se consideró a Oswald culpable único sin duda y sin remisión, desde el primer momento. Y ese fue el momento en que cesó la investigación policial.
No se conserva una sola grabación, una sola nota, de las 36 horas de interrogatorio al que sometió la policía a Oswald, al que nunca se proporcionó un abogado de oficio, y que apenas tuvo la oportunidad de decir ante los periodistas algo más que: “soy un chivo expiatorio”.
El plan, respecto a Oswald, era dejarlo en manos del sheriff para que él y su gente lo trasladasen a la cárcel del Condado. Pero en la noche del sábado llegó una orden según la cual el traslado lo haría al día siguiente el capitán de homicidios Will Fritz y los suyos. El 24 de Noviembre de 1963, a las 10,30 de la mañana, se aplazó el traslado de Oswald porque el capitán Fritz quiso volver a interrogarle. A las 11,15, salen de la oficina del capitán con Oswald esposado. Van hacia el ascensor que conduce al sótano. El capitán Fritz abre la marcha. Periodistas, cámaras, etc, fueron llevados a las 11 de la mañana al subterráneo por donde saldría Oswald para subir a un coche blindado. Todos hubieron de mostrar sus credenciales varias veces. Tras una valla metálica, todos esperan, y, con ellos, Jack Ruby. Oswald fue bajado en ascensor desde el cuarto piso. Al llegar al subterráneo, la procesión iba encabezada por el capitán Will Fritz seguido por Oswald, esposado, y sujetándolo a ambos flancos, los detectivos J.B. Lavelle y L.C. Craves.
Eran las 11,21: Ruby se separó de la baranda de hierro con un revólver de cañón corto, bien visible, en su mano derecha, pasó junto a Fritz y disparó una bala calibre 38 que fue a alojarse en el hígado de Oswald, que es trasladado al hospital Parkland, el mismo al que había sido llevado Kennedy. La CBS estaba trasmitiendo en ese momento, pero desde otro lugar; instantes después, entran en directo imágenes del sótano: los espectadores ven salir por una puerta el cuerpo de Oswald, un brazo arrastrando por el suelo, sobre una camilla baja que es introducida en una ambulancia.
A la 1 y 7 minutos, Oswald es declarado muerto. El capitán Fritz hace otra declaración: “Por lo que a nosotros concierne, el caso está cerrado”.
Hasta entonces, no se habían encontrado huellas de Oswald en el Carcano. Pero se encontraron después de que unos oficiales visitaran el tanatorio donde estaba su cadáver y le tomaran las huellas dactilares, dejándole indelebles restos de tinta en una mano, según testimonio de los empleados de la funeraria.
El investigador y escritor Steve Rivelle, descubrió, a mediados de los años ochenta, a los auténticos asesinos de Kennedy. En aquel momento, Sarti ya estaba muerto, acribillado en una redada contra narcotraficantes en 1972, en Méjico. Pero los otros dos, cuyos nombres también divulgó, aún vivían. Rivelle, junto con un cargo oficial de la DEA (Drug Enforcement Administration) puso sus pruebas y testimonios –incluyendo el lugar donde vivían— a disposición del FBI. Nunca se ha sabido que el Federal Bureau of Investigations hiciera algo con esos datos. Ni las autoridades de Francia, donde vivían los encartados.
OTROS «CHIVOS EXPIATORIOS»
Unos días antes de lo de Dallas, se suspendió un viaje oficial del presidente a Chicago porque se descubrió que se urdía un atentado allí. Un atentado con la misma fórmula que el de Dallas; incluso se había preparado un chivo expiatorio, un ex-militar; su nombre: Thomas Arthur Vallee, trasladado de Long Island a Chicago. Allí también se había previsto un edificio alto por cuyo lado pasaría el coche presidencial. Más aún: otro caso paralelo en Tampa, Florida, donde estaba prevista una visita oficial para el 18 de Noviembre: el chivo preparado para esta ocasión se llamaba Gilbert Policarpo López, que había asistido, como Oswald, a reuniones del Comité Fair Play for Cuba. Se dice que también lo llevaron a Dallas y que cooperó alli de alguna manera en la perpetración del asesinato.
¿EL TIRO SALIÓ POR LA GARGANTA O ENTRÓ POR ELLA?
Hablando de autopsias, en el hostipal Parkland de Dallas usaron el agujero en la garganta para hacerle una traqueotomía de urgencia a Kennedy. Persiste la duda razonable de si era una herida de entrada o de salida, dado que, además, no se conserva ningún auténtico informe de la actuación de aquellos médicos. El FBI requisó en Dallas todas las pruebas del asesinato para enviarlas a Whasington. Órdenes de Hoover. Tampoco se conservan informes de la autopsia —ni siquiera notas manuscritas de los médicos— que debió hacerse, por ley, en el mismo Parkland, pero el Servicio Secreto se llevó el cadáver por la fuerza hasta el hospital militar Bethesda, en Whasington, donde realizaron la autopsia dos médicos militares sin ninguna experiencia en ese terreno, que tuvieron que hacer su —discutible— trabajo en una sala con 33 personas, incluidos sus superiores militares, que les iban marcando —órdenes— a qué partes del cadáver prestar más atención y a cuáles menos. Referida a aquella autopsia, se presentó después una foto mostrando un cráneo íntegro con una pequeña entrada de bala por la parte posterior. Quienes, en Dallas, y después en Bethesda, habían visto o tocado el auténtico efecto del balazo en la cabeza de Kennedy, han negado públicamente que esa foto se corresponda con el cráneo prácticamente vacío del cadáver de Kennedy que ellos tuvieron delante. También se conserva un dibujo con los balazos que Kennedy recibió desde atrás; dibujo “retocado” a mano por –se ha llegado a afirmar– Gerald Ford, miembro de la Comisión Warren y futuro presidente de EEUU. ¿Qué retoque era ese?
Un disparo hecho desde atrás y desde un sitio elevado, tendría un punto de entrada más alto que el de salida. Pero las evidencias del cadáver decían lo contrario: el orificio de la espalda estaba más abajo que el del cuello. Eso sólo es posible si el punto de entrada era el cuello y el de salida, la espalda: o sea, si el disparo se hizo desde un punto alto situado de frente. El primer certificado de defunción fijaba la herida posterior en la tercera vértebra dorsal, o sea, en la espalda. Al parecer, la mano de Ford cambió en el diagrama la ubicación de esa herida, elevándola hasta la sexta vértebra cervical, o sea, el cuello. Así, resultaba «evidente» que el disparo se había hecho desde atrás y desde el sexto piso del Texas School Book Depositary Building
Si el del cuello era un agujero de entrada, obviamente, es que había un tirador enfrente. Ese disparo ¿fue la señal para los otros tiradores? ¿Lo hizo, como afirman muchos, el policía —¿Tippit?— que estaba en el paso a nivel, enfrente del sentido de marcha de la comitiva?
UN ENIGMA PENDIENTE: Lady Babuschka.
Y luego está el nebuloso asunto de Lady Babuschka. En imágenes en movimiento y fotos fijas, tras los disparos, en medio de la confusión y el terror, se ve la figura impertérrita de una mujer en pie con una cámara delante de la cara. Se la conoce como Lay Babuschka porque el pañuelo que lleva en la cabeza recuerda el tocado de las abuelas rusas. Parece tranquila, como si tuviera la certeza de que “a ella” no iba a alcanzarla ningún disparo. El enigma, pues, tiene dos vertientes: a) quién podía en aquel momento tener semejante “certeza»? y b) ¿por qué las imágenes tomadas por ella no han salido nunca a la luz pública? Una de las fotos la muestra al otro lado de la limusina presidencial, mirando sonriente al objetivo y con gafas oscuras tipo Ava Gardner.
Una mujer se presentó en 1970 diciendo que ella era “lady Babushka”, reforzando, de paso, con su testimonio la versión oficial de la Comisión Warren. Pero no fue posible tomar en serio la declaración de una mujer que tendría unos 17 años aquel día de 1963 y que, según sus explicaciones, estuvo filmando con un tipo de cámara que… no estuvo a la venta hasta 1969.
Si uno pone su propia atención —y no la que han puesto otros— en las imágenes circulantes de la dama, puede terminar preguntándose, por ejemplo, cómo es que en unas la gabardina es más clara que el pañuelo y en otras, al contrario; o cómo es que hay imágenes en blanco y negro, donde la gabardina aparece, sin embargo, coloreada con el color elegido… por el coloreador. Y cómo es que en la foto donde se la ve con las gafas tipo Ava la comitiva discurre hacia su derecha, mientras que en otras discurre hacia su izquierda. ¿Cruzó Elm Street en segundos por entre los coches de la comitiva, las motos policiales, etc? O cómo es que, consumado el asesinato, cuando “ella” –si es que es la misma mujer– cruza tranquilamente la calle, no lleva gafas, ni pañuelo… ni cámara.
Uno podría preguntarse también si no se tratará de otro enigma “fabricado” cuando cualquier cosa viene bien para desviar la atención de lo que, según pasan los años y quedan las pruebas, reúne cada vez más las características de un auténtico y simple golpe de Estado, en el tiempo y el lugar donde sería impensable tal cosa.
En cualquier caso, la muerte de John Fitzgerald Kennedy, presidente de los Estados Unidos entre 1961 y 1963, es una clamorosa demostración de que el crimen perfecto…. es posible. Y a la vista de todos. (DM)
*“Todos osaron cometer un delito monstruoso y llevaron a cabo su osadía”. (Virgilio…)