
Hay algo que es común a todas las civilizaciones y culturas humanas, algo que es atemporal, y la única certeza inexorablemente vinculada a la vida: la muerte. La muerte propia y la de nuestros seres queridos. Para afrontar el abismo emocional que supone la muerte, el ser humano ha desarrollado diferentes estrategias que le ayudan a sobrellevar la transición a lo desconocido. Las actividades relacionadas con la muerte se pueden dividir en dos tipos: actividades mortuorias y actividades funerarias.
El comportamiento mortuorio incluye las actividades relacionadas con el tratamiento del cuerpo tras el deceso del individuo, mientras que el comportamiento funerario se extiende en el espacio y en el tiempo. “Espacio” tiene que ver con los lugares para los muertos y “tiempo” implica su consiguiente conmemoración. Así, todos los comportamientos funerarios son mortuorios, pero no necesariamente viceversa. Independientemente de la manifestación mortuoria concreta de cada cultura (enterramiento, cremación, etc) el comportamiento funerario lleva implícito pensamiento simbólico, ritual y, por tanto, es uno de los aspectos que más nos aproxima a la complejidad de la mente humana.
Entre otros ejemplos, sabemos que los egipcios tenían una compleja cultura de la muerte que pretendía garantizar el tránsito a la vida eterna. O que, según Homero, Príamo besó las terribles y homicidas manos del gran Aquiles, que habían acabado con la vida de Héctor, para rogarle que le devolviese su cadáver y así poder celebrar los funerales de su amado hijo. Y hoy, milenios después, seguimos celebrando el Día de los Muertos (o de todos los santos) cada 1 de Noviembre.
El comportamiento funerario lleva implícito pensamiento simbólico, ritual; es uno de los aspectos que más nos aproxima a la complejidad de la mente humana.

Las manifestaciones de lo que conocemos como cultura de la muerte son muy diversas, con más o menos complejidad, con más o menos ritualidad, pero todas las culturas humanas actuales tienen un tipo u otro de cultura funeraria. Sabemos que los representantes paleolíticos de nuestra propia especie (Homo sapiens) tenían un comportamiento funerario complejo que ha permitido que sus evidencias sean visibles en el registro arqueológico (enterramientos muy elaborados con abundantes ajuares, pigmentos etc). Los neandertales (aunque esto se sigue debatiendo en algunos ámbitos científicos) también tuvieron cultura de la muerte, al menos algunos neandertales, en algunas regiones. Por tanto, en algún momento del Pleistoceno medio, el continente europeo fue testigo de la aparición de uno de los comportamientos más fascinantes del ser humano: la cultura de la muerte.
¿Apareció el comportamiento funerario en diferentes especies humanas de manera independiente?
La aparición de este comportamiento en el linaje humano es uno de los aspectos más polémicos en el campo de la evolución humana. ¿Somos la única especie que ha tenido comportamiento funerario? ¿Cuándo comenzaron nuestros antepasados a adquirir cultura de la muerte? ¿Cómo se ha manifestado este comportamiento en el tiempo y en el espacio? ¿Apareció este comportamiento en diferentes especies humanas de manera independiente? Para averiguarlo, debemos acudir a la única fuente de información de la que disponemos: el registro arqueo-paleontológico. Esto conlleva ciertas limitaciones, ya que contamos con retazos de información extraída de los huesos, los sedimentos y los objetos materiales asociados a los esqueletos fósiles. Además, el registro se vuelve más exiguo cuanto más viajamos hacia atrás en el tiempo.

La labor para rastrear este comportamiento en el registro arqueológico consiste en extraer información de lo que queda preservado hasta nuestros días (huesos y barro) para descifrar los comportamientos y conductas humanas que no fosilizan. La Tafonomía forense (similar a autopsias de los esqueletos fosilizados) es una disciplina que puede ayudar a averiguar cómo murieron los individuos, cómo llegaron sus esqueletos hasta el lugar donde los hemos encontrado y qué sucedió a los huesos desde la muerte del individuo hasta su excavación. Aplicando de una manera sistemática técnicas tafonónico-forenses a los fósiles humanos del registro europeo, especialmente a aquellos yacimientos paleoantropológicos excepcionales, como la Sima de los Huesos en Atapuerca, podemos arrojar luz a esta cuestión.
Esta línea de investigación ha cristalizado en el proyecto titulado “DEATHREVOL. Las raíces y la evolución de la cultura de la muerte. Una investigación tafonómica del registro paleolítico europeo” que se desarrollará durante cinco años en el Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana (CENIEH) gracias a la financiación de 1,5 millones de euros del Consejo Europeo de Investigación (ERC). DEATHREVOL pretende abordar los estudios tafonómicos de homininos del Paleolítico y representa el primer proyecto a gran escala centrado en un estudio tafonómico exhaustivo del registro fósil europeo. El objetivo principal persigue averiguar si la cultura de la muerte precede a los neandertales y humanos anatómicamente modernos.
