¿Qué era el “fuego griego”? (un misterio… casi resuelto)

por | Jun 27, 2022 | Historia, Historia/Sociedad

Desde los albores de la Humanidad, el fuego fue utilizado por el hombre para ahuyentar a las fieras y alimañas. Los espartanos emplearon en el sitio de Platea haces de leña impregnados en azufre y resina, que incendiaron junto a sus murallas. También los beocios, en el asedio de Delio, se sirvieron de una máquina, atribuida a Pagondas, destinada a proyectar llamas y restos incandescentes hacia las murallas.

Por: Grao de Ceara

«Fuego griego» era el nombre que se le dio a dos tipos de armas incendiarias, una de la Edad Antigua y otra de la Edad Media. La primera estaba basada en el reflejo de la luz solar, siendo empleada en el siglo II a. C. durante el asedio de la ciudad griega de Siracusa. La segunda se basaba en una sustancia incendiaria utilizada por el Imperio Bizantino. Fue creada en el siglo VI, aunque su mayor uso y difusión se daría tras las primeras cruzadas (siglo XIII), como arma naval.
     En el año 214 a. C., el ejército romano al mando de Marco Claudio Marcelo se presentó ante la ciudad griega de Siracusa, iniciando el asedio de la misma. La flota romana garantizaba a Marco Claudio Marcelo el dominio del mar, pero los ataques por tierra no tenían demasiado éxito. Arquímedes, el famoso inventor griego de la ciudad de Siracusa probó numerosos aparatos de defensa, tales como este «fuego griego», que destruyó parte de la flota romana mientras rechazaban los ataques por tierra. Marco Claudio Marcelo tuvo que abandonar el asedio y establecer el bloqueo. En 213 a. C., los aliados cartagineses pudieron romper por mar el bloqueo de la ciudad de Siracusa, y llevarles suministros a los sitiados griegos. En 212 a. C., Siracusa fue finalmente tomada por los romanos, y el propio Arquímedes murió asesinado por un soldado romano.
     Durante la segunda mitad del siglo VII, la invasión árabe se había cobrado gran parte del ya exiguo Imperio Romano de Oriente, que, lenta pero inexorablemente, quedaba reducido a la zona de Constantinopla. En 670, una escuadra árabe ocupa Cycius estableciendo en el lugar una base permanente para servir de apoyo en operaciones navales futuras. Dos años mas tarde, se produce la ocupación de Esmirna y, en 674, atacan la propia Constantinopla. Las acometidas árabes contra la poderosa ciudad son intermitentes y se suceden anualmente produciendo como resultado, en Bizancio, la desmoralización de la población y de sus tropas, que solo pueden confiar en la fortaleza de sus murallas.

EL ARMA SECRETA: UN SIFÓN DE FUEGO
Finalmente, tras campañas menores, en 678, una poderosa escuadra árabe enarbolando el “creciente” como símbolo, se presenta ante la ciudad. La escuadra bizantina, mucho menor, en contra de lo esperado, abandona el puerto y se dirige en línea hacia el enemigo.

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Primera representación —de autor desconocido—del uso de “fuego griego” en una batalla, recogida en una crónica bizantina. En la imagen, un barco bizantino, a la izquierda, ataca al de Tomás el Eslavo, comandante que encabezó una sedición contra el emperador Miguel II. La ilustración procede del Skylitzes Matritensis, un manuscrito de la «Sinopsis de la historia» de Juan Escilitzes, que recoge los reinados de emperadores bizantinos desde la muerte de Nicéforo I en 811, hasta la deposición de Miguel IV en 1057.

En las proas de sus barcos están colocados unos relucientes tubos dorados que sobresalen a manera de bauprés. Los árabes, seguros de su enorme superioridad, inician simplemente un ataque frontal para aplastar a la flota enemiga y llegan ya a una distancia próxima, con las tripulaciones dispuestas para abordar al contrario. De repente, los tubos de proa de las embarcaciones griegas comienzan a vomitar chorros de fuego que, dirigidos a las enemigas, las incendian y abrasan a sus tripulantes. Es un líquido en combustión que se adhiere a las superficies en las que impacta y arde incluso sobre el agua y bajo ella, convirtiendo el escenario del combate en un mar de fuego. La flota invasora se retira, diezmada, y no volverá a hacer acto de presencia ante Constantinopla. Ha hecho su aparición una de las armas más revolucionarias y trascendentes de la guerra naval: el fuego griego. Un arma secreta y trascendente que dará durante centurias el dominio del mar a la flota bizantina y la seguridad a su capital, derrotando a cuantos ante ella aparecieron, especialmente árabes y pisanos.
     Tradicionalmente se admite que fue un cristiano sirio refugiado, Calínico de Heliópolis, quien, hacia el 673, hizo donación al agobiado emperador Constantino Pogonatos (668-685) de los secretos de un arma incendiaria, en fechas inmediatamente anteriores a los hechos descritos. Alguna fuente añade que éste la había traído de Oriente, buscándole así un origen hindú o chino, y otra versión relata que el sirio recibió el secreto de los alquimistas de Alejandría.

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Ambas opiniones deben ser admitidas con muchas reservas, ya que, a la falta de datos concretos que lo apoyen, se une la circunstancia de que los componentes de tal mezcla incendiaria son todos ellos comunes en la zona que estamos tratando y, por el contrario, algunos no lo eran en Oriente ni allí hay noticia del empleo de sustancias similares para uso bélico. El pen huo qi chino, especie de lanzallamas que utilizaba una sustancia similar a la nafta, fue inventado hacia 919 en l periodo de las Cinco Dinastías y los Diez Reinos. La referencia mas antigua al fuego chino fue escrita por Wu Renchen en sus Anales de primavera y otoño de los Diez Reinos de 917. El primer uso militar naval chino tuvo lugar en 919 cuando en Langshan Juang la flota del rey Wenmu de Wuyue derrotó a la del reino de Wu usando fuego para quemar sus barcos.

     La impresión que el fuego griego produjo en los cruzados fue de tal magnitud que el nombre pasó a ser aplicado a todo tipo de arma incendiaria, incluidas las usadas por los árabes, chinos y mongoles. Sin embargo, eran fórmulas distintas de la bizantina. Lo que distinguió a los bizantinos en el uso de mezclas incendiarias fue la utilización de sifones presurizados para lanzar el líquido al enemigo.
     Si bien el término «fuego griego» posee un uso general desde las cruzadas, en las fuentes bizantinas originales recibe diversos nombres, tales como «fuego marino» (en griego: πῦρ θαλάσσιον), «fuego romano» (πῦρ ῤωμαϊκὸν), «fuego de guerra» (πολεμικὸν πῦρ), «fuego líquido» (ὑγρόν πῦρ) o «fuego procesado» (πῦρ σκευαστὸν). En Aragón, tras las primeras cruzadas, fue guardado el fuego griego en recipientes de cerámica y usado como proyectiles de artillería, recibiendo el nombre de «magranas compuestas”.

¿DE QUÉ ESTABA HECHO?
El motivo por el que se desconoce su composición es muy simple: la marina bizantina de la Alta Edad Media era, por mucho, la dueña del Mediterráneo oriental, y en la posesión del fuego griego estaba una de las claves de su superioridad, de manera que esta arma se consideraba secreta.


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La receta de tan singular producto fue conservada por los emperadores de Bizancio como un verdadero secreto de Estado, hasta el punto que sólo el emperador y la familia de Calínico conocían la fórmula, con la prohibición de que jamás figurara por escrito. Tantas medidas tomaron para mantener en secreto su arma naval que no sabemos realmente su composición. Incluso algún relator afirma que perdieron la fórmula a causa de la muerte accidental o por asesinato de la persona depositaria. Nuestra opinión es que tan magnífica arma motivó la investigación de muchos para conseguirla, y aunque los bizantinos la poseyeron en exclusiva durante siglos, lo cierto es que algo similar emplearon posteriormente los árabes en San Juan de Acre (1191) y en Damieta (1281), en ambos lugares contra fuerzas cristianas. Finalmente compartió su historia con la pólvora y, como es natural, perdió ante ésta su importancia. No obstante, durante la toma de Constantinopla por los turcos, (1453) la escuadra otomana se mantuvo a distancia, sin provocar el combate, temerosa del ya famoso fuego griego que efectivamente se encontraba dispuesto al empleo.

     Hemos advertido anteriormente que desconocemos su composición exacta y ello es cierto, pues no ha quedado ningún documento histórico que siquiera describa su elaboración. Se trata del caso más puro de un secreto bien guardado. Modernamente, se ha tratado de reproducir una sustancia de sus características utilizando productos que en la época estuvieran disponibles y métodos de elaboración igualmente accesibles a sus posibilidades. Tenemos el convencimiento de que las consecuencias a las que se ha llegado están muy próximas a la realidad. Constaba de salitre (comburente) que, desde la Antigüedad, era extraído de eflorescencias naturales en varios lugares de Oriente Medio; petróleo (nafta) que daba a la mezcla su especial consistencia oleosa impregnante y, a su vez, buen combustible, extraído en diversos pozos superficiales existentes en la zona; carbón como combustible básico y azufre, que facilita la propagación de la combustión, aumenta la velocidad y, por ser insensible a la humedad, mejora la estabilidad. Seguramente contaba con alguna otra sustancia que suponemos de menor importancia y tampoco debemos descartar que a lo largo del tiempo se introdujera en la composición alguna variación. A este respecto se ha citado la cal viva, que produce calor al entrar en contacto con el agua.

ORINA, ARENA Y VINAGRE
La misteriosa sustancia se podía meter en granadas (y así se realizó entre los siglos X-XII) exhibidas actualmente en el Museo Histórico Nacional, en Atenas, Grecia.Varios escritores de la Antigüedad hablan de flechas encendidas, braseros de fuego y de sustancias como nafta, azufre y carbón. Más tarde, se empezaron a usar el salitre y la trementina. Al parecer, las llamas sólo se podían apagar con orina, arena y vinagre. una vez encendida, la misteriosa solución era capaz de engullir un barco y su tripulación en cuestión de minutos. 


 

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Con esos artilugios montados en las proas, los barcos griegos causaron estragos, como se ha dicho, a la flota árabe que atacó Constantinopla en 673. El fuego griego también fue empleado más adelante por Leo III el Isaurio contra un ataque árabe en 717 y por Romano I Lecapeno contra una flota rusa en el siglo X. Tan poderosa era esta arma, especialmente en el mar, que hay quienes la citan como una de las principales razones por las que el Imperio Bizantino logró mantenerse durante tanto tiempo a pesar de tener tantos enemigos.
     No tan secreto, puesto que estaba a la vista y a disposición de los artilleros, era el método de lanzamiento que, podemos asegurar, no era único. La conveniencia de emplear el arma en operaciones terrestres o de lograr alcances mayores desembocó en la construcción y empleo de otros métodos. Ya hemos descrito el primitivo lanzamiento por medio de tubos proeles abocardados, fijados a las embarcaciones. En viejos códices, es así como está representado y, por tanto, hay que encontrar un medio factible para ello que pudiera estar al alcance de aquellas gentes. En parte alguna está descrito el sistema propulsor, pero lo había, y lo conocían: la bomba de Ctesibios.

HOY LE LLAMARÍAMOS… LANZALLAMAS
Ctesibios de Alejandría, barbero, inventor y matemático (S.III a.C.), está considerado como uno de los principales científicos de la Antigüedad, sólo inferior a Arquímedes. Se le considera como el “padre de la Neumática”, sobre la que escribió dos tratados haciendo múltiples experiencias con bombas e incluso con cañones entre los años 246 y 221. Fue también el creador del reloj de agua (clepsidra) y del Hydraulis, órgano musical en el que emplea el agua como elemento controlador del aire a presión. A Ctesibios se debe igualmente el principio del sifón. Aunque no se conservan sus obras, fueron compiladas por Ateneo de Náucratis que le cita en su obra, y conocidas y difundidas por Filón de Bizancio (discípulo suyo) y Marco Vitrubio Polión.
     Una de estas bombas hidroneumáticas, o un aparato derivado de ellas, era probablemente el órgano propulsor de la mezcla. Probablemente el sistema de encendido se situaba en la boca del tubo. En un manuscrito conocido como «Peri Taktikés» que data del siglo VIII d.C. se relata la protección que los sirvientes que manejaban estas armas debían tener para evitar ser dañados por su propio fuego. Consistía en un escudo o mantelete metálico, por lo que la potencia de fuego de este ingenio está fuera de toda duda.

     Nos consta también la existencia de una versión portátil, naturalmente más limitada, que estaba constituida por un bastón lanzador (tubo) en forma de garra de ave en su boca, unido por una manguera a un depósito donde se almacenaba el líquido, que era impulsado fuera por una bomba accionada manualmente. Experiencias actuales han demostrado la viabilidad de su construcción aunque con servidumbres que convierten a este lanzallamas en un artefacto poco útil. No obstante, su efecto psicológico pudo ser importante.
     Finalmente, está acreditado el lanzamiento de barriles de fuego griego mediante la utilización de las máquinas de neurobalística, (*) y especialmente de catapultas. En este caso ignoramos el sistema de encendido que sin duda debía ir incorporado al proyectil y que posiblemente consistiera en una empaquetadura prendida.
     Un arma, verdadero napalm medieval, que debió su enorme poder a una mezcla de componentes comunes, aunque muy elaborada y experimentada. Un secreto bien guardado que prolongó cientos de años la duración de un imperio decadente.


(*) NEUROBALÍSTICA Término genérico aplicado a toda máquina de guerra antigua (anterior a la invención de la pólvora) en la que la fuerza se transmite por medio de la liberación de cuerdas o «nervios» en torsión. (Nota del autor)

 

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