El 17 de Octubre de 1831, Michael Faraday hizo una anotación en su diario, una anotación que cambió para siempre la historia de la Humanidad. Faraday, que tenía entonces 40 años, era ya un investigador famoso, y más que eso: era el primer divulgador científico realmente popular desde que la Ciencia empezó a ser objeto de curiosidad pública.
Faraday descubrió el benceno, consiguió licuar gases como el cloro, el amoníaco y el anhídrido carbónico; construyó, por supuesto, la primera “jaula de Faraday” (ejemplo actual: el mal funcionamiento de un móvil dentro del ascensor) y, desde 1825, era el director del laboratorio de la Institución Real, que le cedió un espacio en sus sótanos, donde empezó a investigar sobre electroquímica y a formular las leyes de la electrólisis.
Hijo de un herrero que tenía nueve más, a los 14 años, Faraday trabajaba como aprendiz de encuadernador. En el taller, leyendo en sus ratos libres los libros que pasaban por sus manos (allí conoció, por ejemplo, «Conversaciones sobre Quimica especialmente dirigidas a las mujeres», de Jane Marcet) y asistiendo a conferencias, aprendió Física y Química. Faraday y su esposa Sarah no tuvieron hijos, pero comprendieron la importancia de suscitar el interés por la ciencia desde la infancia, y el investigador preparó una serie de charlas dirigidas a los niños para la navidad de 1826.
Tuvieron un éxito enorme, se repitieron año tras año y a ellas asistían, como simples espectadores, Charles Darwin y Charles Dickens. Una de aquellas charlas, titulada Historia de una vela, fue seguida por tanta gente y durante tanto tiempo, que fue -puede decirse- el primer éxito de masas de la divulgación científica tal como hoy la entendemos.
Miembro honorífico de Universidades e instituciones, su nombradía le atraía todo tipo de atenciones. Rechazó por dos veces presidir la Royal Society, rechazó el título y tratamiento de “Sir” que le ofrecía la corona británica (“señor Faraday ya es un buen tratamiento”, dijo) rechazó participar en la producción de armas químicas para la guerra de Crimea (1853-1856) y rechazó una sepultura en la abadía de Westminster, junto a otros hombres ilustres, donde hoy sólo hay una placa recordatoria, cerca de la tumba de Newton.
Aquélla anotación en su diario era el producto de una misión autoimpuesta: investigar la relación entre la electricidad y el magnetismo. Faraday anotó en él una comprobación hecha aquel día en el subsuelo de la Institución Real: que el movimiento de un imán respecto de un cable enrollado, y viceversa, generaba una corriente eléctrica. El paso siguiente era construir la primera dinamo, y lo hizo.
Hoy, el 99% de la electricidad producida y consumida en el mundo, cualquiera que sea el punto de partida, se “fabrica” en generadores basados en el fenómeno que Faraday fue el primero en observar: la inducción electromagnética. También fue el primero en identificar los “campos de fuerza” y en construir un motor eléctrico. Murió en 1867. Hoy, llevan su nombre el “efecto Faraday” (la desviación del plano de la luz polarizada que atraviesa un campo magnético intenso) el “faradio” (unidad de capacidad eléctrica) y la Faraday Society, fundada en 1903. (DM)

Imagen portada: Faraday trabajando en su laboratorio (retrato debido a Harriet Moore, alrededor de 1850).