TITULO: Jack el Destripador. El mito equivocado.
AUTOR: Juan Carlos Boíza.
EDITORIAL: Oberon, 2022.
La hipótesis que Juan Carlos Boíza propone, expone y explora en su libro como “solución final” al enigma de Jack el Destripador no es nueva; desde el principio, se barajó, entre otras, la de una mujer con posibilidades añadidas de pasar desapercibida, amparada en el oficio de partera, por ejemplo, o, simplemente, en el prejuicio sexista que la dejaría fuera del foco de atención de policías y circunstantes.
La propuesta de Boíza es nueva en el sentido de que, incomprensiblemente, nadie antes se había dejado llevar por la tentación de desarrollar ante los ojos del lector la vía por él elegida, «esa» vía, cuando el fundamento que la hace digna de ser jugada aparece en la investigación oficial desde sus inicios, en el otoño de 1888. Se trata de la última de las víctimas reconocidas del Destripador, la más joven de las cinco, Mary Jane Kelly. Única del serial de atrocidades asesinada en su propio dormitorio, hubo entonces al menos dos testimonios que la situaban viva y caminando por las cercanías cuando, según el dictamen forense, ya llevaba horas muerta sobre su cama. Las fotografías del cadáver llevan 134 años dando testimonio de hasta qué punto, eviscerado y mutilado, desfigurado el rostro hasta el horror, el establecimiento de su identidad con los medios de entonces —cuando no había ni registro de huellas dactilares— puede ser cuestionado en su esencia misma.
Dar el salto en nuestros días y establecer con colores de certeza lo que no es —ni puede ser con los datos conocidos— más que una posibilidad entre las docenas de posibilidades derivadas de los datos que han aportado tantos investigadores a lo largo de casi siglo y medio de “riperología” es un envite que exigiría el respaldo de nuevas pruebas.
Una solución audaz
Sobre aquella mujer de 25 años, nada se sabe a ciencia cierta, y Boíza no puede sino constatarlo. Eso, y que los tenues y vacilantes datos biográficos que se cree conocer sobre ella proceden de testimonios tan poco fiables como el del amigo y amante de la muerta (cuyo papel en el suceso, por cierto, no está nada claro) según el cual ella había nacido en cierta demarcación irlandesa.
Pero la solución del misterio propugnada por el autor necesita de audacias, y, en este punto, despliega una del todo insoslayable: documentada en tal demarcación geográfica por entonces una abundante cría del cerdo y, por consiguiente, su habitual consumo entre la población, infiere e imagina escenas de “matanza” de esos animales, entre las que —da por sentado— debió criarse aquella niña. “Es imposible —escribe a continuación— no plantearse si el inconsciente cultural de Kelly no jugó, de alguna manera, un papel fundamental en los crímenes (del Destripador)”.
Porque la hipótesis que otorga entidad propia al libro es la que pone nombre completo a ese espeso y persistente enigma que, a falta de uno propio, ha atravesado el tiempo bajo la designación “Jack el Destripador”. Ese nombre, según Boíza es… Mary Jane Kelly.
Boíza construye un hilo conductor que conduce inexorablemente al resultado previamente establecido por él. Pero el puente se sustenta sobre un basamento de puntos que el lector debe asumir con la misma facilidad que él, cuyo proceder coincide en eso con docenas de estudiosos anteriores que hicieron exactamente lo mismo. En una misma página, por ejemplo, encontramos todas estas expresiones: “es muy probable que…,” “al parecer”…, “no es probable que…”, “esto se deduce a partir….”, “la explicación más plausible…”, “esto pudo deberse…”, “esto explicaría por qué…”, “el hecho de que no se haya podido encontrar registro alguno..,”, “pudo ser aquí cuando…”, “aunque tampoco puede descartarse…” Algunos fallos que rozan lo estrambótico son achacables a prisa o descuido en la redacción, como cuando escribe: “…en algún momento de su infancia perdió dos dientes (o puede que naciera sin ellos)…”
Dejando actuar su fantasía con liberalidad, el autor presenta a “su” asesina en la escena de cada crimen, penetrando en su mente, con toda clase de detalles sobre sus motivaciones internas y externas, eso sí, advirtiendo que está en pleno desarrollo de una hipótesis; tampoco aquí el libro transgrede la línea más allá que otros muchos que han presentado las suyas tomándose más libertades aún.
Un misterio sobre el que volver
Juan Carlos Boíza ejecuta en su libro un salto mortal ante los ojos de sus lectores sin aportar las pruebas que estos podrían exigirle, pero presenta una conjetura de innegable atractivo digna de ser tenida en cuenta de una vez para futuras investigaciones, en la medida en que aún sean posibles.
A lo largo de sus páginas, el autor abusa de la palabra “investigación” para referirse a su personal revisión e interpretación de pruebas, testimonios y documentos, que están lejos de cualquier exclusividad. Interesante de todas formas, la obra nace con la voluntad de ofrecer una hipótesis nada desdeñable que, aunque haya podido ser pensada antes, no había obtenido los honores de todo un libro para examinarla. Y aún tendría más interés, quedando a salvo de ciertas objeciones, con sólo haberse presentado desde el principio, más realistamente, como una especulación personal, de innegable atractivo, sobre un punto desenfilado hasta ahora —y no quedan muchos en el tema— que la hace remarcable, más aún que la recopilación de exhaustivos datos sobre cada una de las muertes y las muertas, por poco explotados que estuvieran —esto hay que concedérselo— en la tradición literaria “riperológica”.
Queda entonces pendiente otro misterio no menos absorbente que el de partida: ¿quién mató a la mujer que ocupaba aquel humilde jergón, y por qué con tan desatada y demencial furia? La respuesta, con todo lo expuesto, es casi evidente y, aún así, el libro se gana el derecho a no ser destripado aquí más allá de lo imprescindible, y a dejar que sea el autor quien la argumente ante sus lectores. (D. Muñoz)
Ver también en Adelantos Digital «¿Quién fue Jack el Destripador?» (pinchar enlace):
https://www.adelantosdigital.com/web/quien-fue-jack-el-destripador/