(Por D.M.)
Arlene Greenbaum, primera mujer del físico Richard Feynman, murió en la noche del 16 de Junio de 1945, tras una larga lucha contra el cáncer. Él, que trabajaba entonces en el «proyecto Manhattan”, la primera bomba atómica, había corrido al hospital y estuvo a su lado en el último momento.
Había un reloj en la habitación, un reloj que Feynman le había regalado a ella, y que, en la desolación posterior, presentaba a la vista un detalle imposible de pasar por alto: se había detenido en la hora exacta de su muerte.
Richard Feynman, el futuro premio Nobel de Física, el creador de diagramas capaces de representar partículas en el espacio-tiempo, estaba, quizá por primera y única vez en su vida, paralizado por una duda radicalmente anticientífica.
Pero decidió reaccionar como científico y emprendió la búsqueda de una explicación racional. O sea, material.
Que le condujo directamente al reloj. Cuando Feynman lo cogió en sus manos, éste se puso en marcha y ya no volvió a detenerse.
¿Qué lo había parado, entonces?
Feynman contempló largamente en él el paso impecable de las horas antes de cogerlo por segunda vez en sus manos. Entonces, el reloj se paró en seco.
Era evidente que alguna pieza desajustada en su interior le hacía pararse y volver a funcionar cuando se le movía. Pero ¿quién había movido el reloj en el momento de la muerte de su mujer?
Con él en una mano y el papel en la otra, Feynman comprobó la hora una y otra vez en el certificado de defunción —las 9,22 de la noche– hasta que comprendió que tenía la explicación en la mano, en ambas.
Arlene había muerto cuando la habitación estaba iluminada sólo por una leve penumbra, y él estaba demasiado conmocionado para notar que la enfermera, que tenía que apuntar el momento exacto del óbito en el certificado, cogiendo el reloj, lo había llevado hasta la ventana para ver la hora.
Richard Feynman murió, también de cáncer por cierto, en 1988.