«Tomar las de Villadiego» significa huir, salir a escape de algún sitio, o desentenderse de una situación a toda prisa, sin ánimo de regresar. Villadiego era, y es, una importante población castellana de la actual provincia de Burgos, fundada por Diego Rodríguez de Porcelos.
Por: Álvaro de Villamayor
Diversas teorías tratan de explicar el origen de esta frase. La coincidencia con el hecho de que en el pueblo existiese antiguamente una industria espartera artesanal, lleva a algunos a suponer que “las de Villadiego” alude a las alpargatas de Villadiego, o a las alforjas fabricadas en el mismo pueblo, que eran muy utilizadas para salir de viaje en aquellos tiempos. Pero no parece muy lógico pensar que cuando alguien huye se cargue con equipaje. Otros especularon con que el nombre de Villadiego sería «villa de equo», es decir, de caballos, con los que sería más fácil la escapada.
No falta quien busca en Villadiego referencias a una persona y no a un lugar. Sebastián de Covarrubias sospechaba que un tal Villadiego se debió de ver en algún aprieto y sin tiempo, con las calzas en la mano, se fue huyendo cual gamo asustado, y Juan Eugenio Hartzenbusch al mismo respecto, llegó a deslizar la idea de que en realidad el dicho no aludiría al pueblo de Villadiego ni tampoco a ningún hombre llamado así que hubiera salido corriendo en apurada situación, sino a los «villariegos» como «andariegos» de cualquier parte.
Autores como Sbarbi, dan fe de una copla que decía que Villadiego era un soldado romano que compartía celda con San Pedro (nada más y nada menos) y que cuando un ángel se les apareció en mitad de la cárcel para decirle al santo que huyera de allí, este, obediente y agobiado por las prisas, cogió las calzas de su compañero de prisión por error y salió pitando. Como copla es graciosa, pero parece más una aplicación del dicho que su origen. Está recogida en una inscripción que figura en una de las columnas del Ayuntamiento de la localidad.
Para el presbítero Luciano Huidobro Serna, que fue cronista oficial de Burgos y archivero de la diócesis, «lo que contribuyó más a la propagación de la frase fue la décima» antes citada:
Villadiego era un soldado
que a San Pedro, en ocasión
de estar en dura prisión,
nunca le faltó del lado.
Vino el espíritu alado,
y, lleno de vivo fuego,
le dice a San Pedro: «sal luego,
toma las calzas, no arguyas»;
Pedro, por tomar las suyas,
tomó las de Villadiego.
Al otro lado, un relieve del burgalés Andrés Martínez Abelenda representa al ángel liberador ordenando a San Pedro que se aliste presto para salir de la prisión, y a éste con tanta prisa que, por error, toma las calzas del soldado Villadiego, que duerme profundamente. «Estos versos absurdos (porque absurdo es suponer que en la cárcel de Roma, donde estaba San Pedro, pudiera haber un soldados que se llamase Villadiego), lejos de explicar el origen de tan debatida frase, no hacen sino aplicarla, componiendo un chiste», señala José María Iribarren en “El porqué de los dichos”.
En la acepción de ir y no volver, también se recuerda que hubo un aventurero de Villadiego que se alistó en las huestes de los conquistadores de América y se fue con ellos a probar fortuna. En cierta ocasión, mandó el capitán al animoso explorador de Villadiego con algunos soldados a someter una tribu rebelde de indios; fueron, es verdad, pero no regresaron, sin duda abatidos por los nativos.
La opinión de Cejador, a quien “no satisfacen los cuentos que se traen para declarar esta frase”, propone que Villadiego alude a Diego que, en el refranero español, es el prototipo de ladino y socarrón y que “las de Villadiego” es irse donde van y vienen los ladinos, esquivando el peligro y escapando como ellos.
Se sabe que algunos judíos de Villadiego eran muy ricos, pues, había entre ellos arrendadores de los tributos del Rey. La existencia de la Aljama de los Judíos de Villadiego en el siglo XV se encuentra citada en documentos de la Real Chancillería de Valladolid. Para ellos se hicieron en la desaparecida iglesia de San Juan de Mediavilla de Villadiego en 9 de octubre de 1415 las famosas Ordenanzas de los Hebreos de Villadiego. Estas Ordenanzas han desaparecido; no obstante el Padre Flórez mandó a su secretario P.F. Méndez le sacase una copia del original que entonces se conservaba en el Ayuntamiento de la Villa y lo conservó mucho tiempo en su celda del Convento de San Felipe el Real de Madrid, pero en la Guerra de la Independencia desapareció.
Hay noticia de que en 1292 la judería del lugar, tributó 17.307 maravedíes y que había arrendadores de los tributos del rey, por lo que se cree que esta comunidad debía de ser muy importante y sus impuestos también. Así que, en plena época de persecuciones antisemitas, el rey Fernando III el Santo (1199-1252), para no ver mermadas sus arcas, otorgó una carta-encomienda en 1223 prohibiendo su apresamiento y señalando penas para los que hicieran daño o sometieran a vejaciones y maltratos a los judíos., “que son poblados en el solar del hospital de Burgos; en la cual encomienda mandó el citado rey que hubiese el fuero que tenían los otros judíos de su reino prohibiendo que los prendiesen sino por su propio deudo que devan y señaló penas para los que lo hiciesen mal”. Y aun añade que “No solo está el origen del modismo en el privilegio que es dicho y con el cual el rey proporcionó a aquellos judíos un lugar seguro, sino también en la obligación de llevar un distintivo delator para que se reconociesen a la simple vista”.
La carta fue ratificada por su hijo Alfonso X El Sabio en 1255, quedando la villa privilegiada por la encomienda. «Sepades que yo recibo en mi comienda, et en mio defendimiento los judíos de Villadiego», señalaba el mandato del monarca «et ninguno que mal les ficiese a ellos», según recogen las «Memorias para la vida del Santo Rey…».
Ello supuso largos años de tranquilidad bajo el favor real. Villadiego pasó a ser una ciudad refugio y los judíos tomaban las de Villadiego al menor síntoma de persecución en otras ciudades. Allí, eso sí, debían vestir unas calzas amarillas, identificándose con ellas como protegidos del monarca. De ahí la variante “tomar las calzas de Villadiego”.
«La plaza mayor porticada con portales dobles de Villadiego es un vestigio del pasado judío del pueblo», asegura Antonio Martínez, autor del libro «El dichoso dicho: Tomar las de Villadiego». Fueron éstos con sus quejas los que motivaron la construcción de un segundo soportal para que pudieran deambular sus posibles clientes en caso de lluvia, según explica este autor, originario de Villadiego, que ha dedicado ocho años a investigar el origen del dicho sobre su pueblo.«Lo de huir se ha dicho porque los judíos se refugiaban en Villadiego ya que fueron muy perseguidos por el dinero que ganaban con los préstamos», afirma Martínez.
En la puerta de atrás de la iglesia parroquial de San Lorenzo, una tablilla aún recuerda el privilegio real con su inscripción de «Iglesia de asilo». El investigador de la localidad relata que «los judíos llegados a la ciudad entraban por esa puerta y salían por la principal ya con las calzas».
Sin duda «las de Villadiego» alude a las calzas que se utilizaban en la época. «Todo el mundo las llevaba. Eran como unos pantys. Las de los curas, por ejemplo, eran de color bermejo y los judíos tenían que llevarlas amarillas».
El propio Luciano Huidobro antes citado ya relacionaba el dicho con las calzas de los judíos. «Entre todas las opiniones, la que parece tener algún fundamento histórico supone la opinión general de relacionar este dicho, ya universalmente conocido, con la existencia de ciertas calzas que se confeccionaban en Villadiego, iguales o parecidas a las que habían de usar los hebreos al huir de un lugar a otro en busca de refugio u hospitalidad», señalaba en un discurso en 1953 antes de añadir que «la obligación de vestir un traje o prendas distintas de las que vestían los cristianos duró en España hasta los tiempos del Rey San Fernando. Y de aquí, que la gente dijera, al topar con algún judío perseguido o en fuga: «Ése tomó las de Villadiego»».
El cronista burgalés buscó sin éxito documentación en el propio lugar sobre esta expresión, al igual que ha hecho Antonio Martínez en los últimos años. «Hay muy poca», se lamenta el investigador, que culpa a las tropas francesas de la invasión napoleónica de la quema de los archivos de la localidad. Sin embargo, resalta que «lo de las calzas es verídico» por lo que la versión de los judíos refugiados «es la más creíble». La mayoría de estudiosos se muestran de acuerdo con esta versión. Villadiego era centro de comercio y atrajo a numerosos judíos desde el siglo X creándose una importante comunidad. Eran pecheros del rey, o sea, le pagaban un impuesto especial (pecho) del que estaban exentos los nobles.
Allí debían vestir una especie de calzas amarillas, que los identificaban como judíos protegidos del monarca, y por lo tanto no sometidos a vejaciones o maltratos por su condición de “judío de señal”.
Cuando la persecución a los judíos se intensificó en otros lugares como Toledo o Burgos, estos salían huyendo hacia Villadiego, donde se sentían a salvo de cualquier vejación o maltrato. Por supuesto, dejaban su vestimenta habitual para lucir el amarillo salvador. Dicho de manera llana: tomaban las de Villadiego, como los monjes toman los hábitos. Eso sí, unos por puro miedo y los otros… ¡vaya usted a saber! Resumiendo, sería en su origen una frase que aludía a que alguien era judío y por ello debía huir y esconderse
Remisos en dejar sus lares a pesar de las franquicias que Villadiego les ofrecía, huían sin embargo a la primera señal de alarma como tímidos corderos, abandonando muchas veces a sus enemigos los trabajos más queridos de sus pobres hogares, cuando no les daba tiempo para entregarlos a las llamas. Protegidos en este caso por los procuradores del monarca, abandonaban las ropas castellanas o puramente hebreas que solían usar, aun prohibiéndoselo los mandamientos, y se calzaban los distintivos que habían de utilizar en su nueva tierra como colonos y pecheros del rey Alfonso. La conjetura parece verosímil.
Todo esto acabó en 1492, cuando fueron expulsados todos los judíos de España por los Reyes Católicos. Son pocos los vestigios del pasado judío de Villadiego. El convento agustino de San Miguel se levanta sobre los terrenos que anteriormente ocupara el barrio judío; el recinto de la judería quedaba delimitado por muros que aún hoy se conservan en parte, y la iglesia se levantó sobre la sinagoga. Curiosamente, sobre la puerta del convento, en un lugar que fue refugio para los judíos, aparece la estatua de San Miguel pisoteando a uno de ellos. Paradojas de la Historia.
Los grandes literatos clásicos del siglo XVI ya usaron la referida frase en más de una ocasión.
Fernando de Rojas lo emplea en «La Celestina» cuando en el Acto II Sempronio dice a Pármeno: «Apercíbete a la primera voz que oyeres a tomar las calzas de Villadiego» y responde el otro «Leído has donde yo; en un corazón estamos. Calzas traigo y aún borceguíes desos lugares que tú dices, para mejor huir que otro”. Se refiere a lo que acontecía a los hebreos de Burgos y de Toledo en aquellas horas de angustia en que se decidían los castellanos a calzarlos en sus propias alhamías.
Así tenemos que Cervantes la trae a colación en el Capítulo XXI de la primera parte del Quijote cuando dice que el barbero después que fue derribado de su asno por Don Quijote, «puso los pies en polvorosa y cogió las de Villadiego». En «La Gran Sultana», hace decir a Madrigal: «Pondré pies en polvorosa y tomaré las calzas de Villadiego».
También Ruiz de Alarcón en su comedia «Los pechos privilegiados» escribe:
Culpa a un bravo bigotudo
rostriamargo y hombrituerto,
que en sacando las de Juanes,
toma las de Villadiego
El folklorista Montoto y Raustenstrauch en “Personajes, personas y personillas que corren por tierras de ambas Castillas” dice que el modismo “Tomar las de Villadiego no figura en ningún diccionario de nuestra lengua ni en ningún texto escrito de nuestros primeros hablistas y bien pudo ser tergiversado del copiate, porque los que corren y van de acá para allá de villa en villa o de ceca a la meca, nunca fueron otra cosa que peatones, andarines o andariegos”.
Y otra curiosa noticia nos habla de que hasta no hace muchos años en tierras de Ciudad Real circulaba otra versión: “Desde muy pequeño he oído decir que las huestes cristianas, al ser derrotados en la batalla de Alarcos, (Ciudad Real) huyeron por el pago conocido Villadiego, de ahí la acepción de ” y tomaron las de Villadiego”. Alfonso VIII, escapó de milagro en dicha batalla teniendo que huir a lomos de su caballo. Desde luego la huida más fácil era por ese lugar. La parte posterior, era el camino que conducía a Pozo Seco de D. Gil ( más tarde, CIUDAD REAL), Al menos en Ciudad Real, en mi época joven se decía esto”.
Y no falta un curioso relato mejicano que se apropia de la frase y que por su curiosidad transcribo literalmente: «La frase «tomar las de Villadiego» o «tomó las de Villadiego» que ya casi no está en uso, tiene un origen ancestral; resulta que cuando el conquistador Francisco Cortés entró al «territorio Chimalhuacano» en 1527, fue muy bien recibido por la reina de Tonalá, se le hizo una gran recepción y se sacrificaron animales en su honor». Nos cuenta Matías de la Mota Padilla que los sacerdotes de los indígenas veían con malos ojos que la reina se inclinara a la religión de los españoles y, queriendo impresionar a los conquistadores, hicieron una ceremonia donde erigieron un templete en la parte más céntrica del pueblo; este templete tenía una altura tal, que se tenía que subir setenta gradas para llegar a su teocalli y ahí se encontraba un bello papagayo, que a la más ligera indicación de la reina, una vez desatado, se iba volando como un rayo, cayendo delicadamente sobre los hombros de su majestad. El único religioso que acompañaba a Francisco Cortés era el bachiller Villadiego, persona que ya manejaba el lenguaje indígena, así que cuando terminó la ceremonia pagana aprovechó que había mucha gente reunida, y comenzó a hablar del culto al verdadero Dios; logró convertir a la fe cristiana a un buen número de personas, contando a la reina. «Palpando ésta (la reina) que era imposible conservar la fe entre sus súbditos si no quedaba con ellos el único sacerdote que traía el conquistador suplicó a éste que dejara al bachiller Villadiego para la instrucción completa en la doctrina que acababan de abrazar».
Don Francisco, después de muchas súplicas, convino en que el bachiller quedara unos días en Tonalá acompañado del indizuelo Juan Francisco, que desde México, los acompañaba en calidad de intérprete y que estaba instruido en la Doctrina Cristiana. Pasadas dos noches, desapareció el Padre Villadiego dejando instrucciones a Juan Francisco que al cabo de una semana lo siguiera a Valle de Banderas a donde se dirigía Cortés. La separación del bachiller fue muy sentida por la corte, encariñándose entonces con el indizuelo que desempeñaba a las mil maravillas su papel de catequista. Pero un día «anocheció pero no amaneció» Juan Francisco en Tonalá, cosa grave que determinó a la soberana a enviar un correo a D. Francisco, al Valle de Banderas, quejándose que el indizuelo Juan Francisco «había tomado las de Villadiego» es decir, que había desaparecido de la corte sin previo aviso, siguiendo el mal ejemplo del bachiller. Aclaradas las cosas, Cortés supo que el conquistador Juan Aznar, que le seguía con miras ambiciosas, sopló en el oído del indizuelo para que se alejara de Tonalá, despechado porque no se le concedió la Encomienda del Chimalhuacán; pero sea de ésto lo que fuere, lo cierto es que desde entonces nació el refrán de «Tomar las de Villadiego», cuando alguno se lanza a la aventura por esos mundos de Dios……».
Nos quedamos en España, en Burgos con el Rey Santo y su encomienda que, por estar más y mejor documentada, parece la más probable. Quién sabe.
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Otra bibliografia consultada:
-YOROKOBU.es Angeles Garcia. 15-06-2016
-La Razon.es Castilla-Leon. S/R
-Rodrigo Ortega@ortegaviejo 17-12-22
-ABC Historia. 26-11-2014
-Buurgospedia. 22 08-2014
-Javier Ramos. 04-12-2016
-Diario de Burgos 10-10-1906
-Lasdevilladiego turismo rural 03-06-2014