“Un día del año, en Siena, a la hora del mediodía, el Sol está tan alto que ninguna cosa produce sombra, y su luz entra verticalmente en los pozos”, le habían dicho a Eratóstenes de Cirene, director de la biblioteca de Alejandría.
Alrededor del año 200 a.d.C., a las personas instruidas no les resultaba fácil argumentar que la Tierra no era plana, pero la antedicha observación repetida por los viajeros, hecha en una ciudad al sur de Alejandría (aquella Siena es ahora Asuán) le dio a Eratóstenes una idea: por primera vez y mediante un solo acto, demostrar la esfericidad de la Tierra y medir su circunferencia.
Ese día era, por supuesto, el 21 de Junio, y Eratóstenes podía calcular la distancia entre Siena y Alejandría a partir del tiempo que tardaba un camello -conocida su zancada- en hacer el trayecto: alrededor de 800 kilómetros (en nuestras medidas actuales). El día señalado, midió el ángulo que hacía la sombra de una estaca clavada por él mismo en el suelo de Alejandría: 7,2 grados respecto a la vertical.
En aquel tiempo, las personas instruídas conocían ya también la trigonometría, así que dividió los 360 grados de la esfera entre 7,2; multiplicó el resultado por 800, y obtuvo una cifra final: 40.000 kilómetros (en nuestras medidas actuales).
Eratóstenes, que no tenía modo de medir con exactitud la distancia entre ambas ciudades, que no podía comprobar que Siena -actual Asuán- no está exactamente al sur de Alejandría, y que no podía saber que en aquella ciudad el Sol no cae ese día con absoluta verticalidad, se equivocó solamente en un 1% al medir, por primera vez que sepamos, la circunferencia de la Tierra.
Fue el primer gran experimento de la historia de la Ciencia y de la Historia a secas, tanto más asombroso por la desproporción entre la enormidad del fin perseguido y la sencillez de los medios empleados. (DM)