El 5 de Diciembre del año 63 a.d.C., el Senado de Roma discutía qué hacer con CATILINA, el conspirador. Todo el mundo sabe que en aquella sesión se encontraba CICERÓN, el orador. Él era el principal baluarte de la acusación y todavía, en Universidades de todo el mundo, se estudian sus famosos discursos, las “Catilinarias”, pronunciados día tras día, mientras duró el proceso. Pero Cicerón no leyó aquellos discursos. No los llevaba escritos: los grandes oradores de la Antigüedad –y él lo era– improvisaban. Junto al nombre de Cicerón, la Historia conserva, aunque en letra pequeña, el de MARCO TULIO TIRÓN.
Era un esclavo del orador, el esclavo que actuaba como secretario suyo y que tenía la misión de ir escribiendo lo que decía Cicerón para conservar luego el discurso. Tirón había inventado un sistema propio de escritura abreviada que se componía de unos cinco mil signos (entre ellos, el que todavía se utiliza en todo el mundo para el copulativo “y”: el signo &) y que le permitía escribir a la velocidad con que se habla. Su sistema se conoce como “notas tironianas” y significa, de hecho, la invención de la taquigrafía.
Existe un documento fechado exactamente el 5 de Diciembre del 63 a.d.C. con el discurso que Cicerón pronunció ese día contra Catilina en el Senado, escrito en “notas tironianas”. Y esa es la fecha en que puede considerarse documentado el invento de la taquigrafía, que fue evolucionando a lo largo del tiempo hasta los sistemas que conocemos y utilizamos aún hoy.
El esclavo Marco Tulio Tirón fue premiado por su amo, Marco Tulio Cicerón, con la libertad. (DM)