«Con la venia de su señoría, expongo ante ustedes, el jurado del pueblo, la situación que aquí se juzga. En 1979, la aprobación del Trasvase Tajo-Segura permitió hacer algo de lo que se venía hablando de tapadillo, desde tiempo atrás, en los casinos provincianos: ir convirtiendo en edificios la huerta de Murcia —“la huerta de Europa” entonces— enajenar terrenos codiciados y caros, provistos de agua desde hace siglos; dejar legones, naranjas y lechugas, enriquecerse de un salto y darse de alta masivamente…. en más casinos provincianos.
¿Y la agricultura? Que la hagan en el Norte de África, en el Sur de América y en el Campo de Cartagena, un secano especializado en cultivos… de secano hasta ese momento, pero que ahora, gracias al Trasvase, adquiría un nuevo valor para grandes empresas que no harían ya allí un cultivo artesano, tradicional y ajustado al terreno, sino una producción de regadío masiva, exhaustiva y diseñada según parámetros industriales, cuyo plan de obra incluía fitosanitarios y nitratos filtrándose constantemente al subsuelo.
Para todo eso, hacía falta más agua de la que daba de sí el Trasvase, así que se la fue extrayendo del gran acuífero situado bajo la comarca «Campo de Cartagena», mediante el procedimiento acelerado de pozos ilegales (ilegales, pero no ignorados) cuyas aguas salobres terminaban emergiendo contaminadas de… fitosanitarios y nitratos. En medio de la atrocidad, en vez de un paso atrás, uno, bien recio, hacia adelante: se construyen desalobradoras, también ilegales (ilegales, pero no ignoradas) en número de unas dos mil, que producen una cierta cantidad de agua útil y otra cierta cantidad de agua saturada de sales -nitratos, por ejemplo- que van a parar al Mar Menor, el cual ya venía recibiendo una incesante dosis de contaminación directamente de los cultivos circundantes, de las urbanizaciones y de los municipios ribereños.
Durante 40 años, las aguas del Mar Menor se han ido saturando, a la vista de todos, hasta su límite natural. ¿Nadie hizo nada, mientras? Sí, pero ¿quién escuchó al Instituto de Oceanografía, situado en esas mismas riberas, cuando, en 1980, convocó una Jornada para explicar públicamente los resultados –la cosecha de hoy– del mecanismo que se estaba poniendo en marcha? ¿Quién, a los grupos ecologistas, si no fue para descalificarles con el baldón –coreado entre variados estratos sociales– de «trogloditas enemigos del progreso”? ¿Quién, quiénes autorizaron y fingieron no ver todo eso?
Durante esos 40 años, la Región ha ido eligiendo y reeligiendo a “sus” gobernantes sin hacerles llegar, como masa votante y consumiente, ni la más mínima exigencia relacionada con los vaticinios –de todos conocidos por repetidos– que los “enemigos” del agua para todos, la riqueza para todos, etc, no dejaban de escanciar educadamente en los oídos… de todos.
A mediados de los 90, la eutrofización se disparó: empezaron a desaparecer las posidonias, los caballitos de mar; aumentó exponencialmente la proliferación de medusas, disminuyó el nivel de oxígeno, empezaron a morir organismos animales y vegetales desde el fondo a la superficie, signos todos de fácil lectura científica si los científicos hubieran contado para algo por entonces –ahora, los desfondados «responsables» autonómicos no ponen los pies por allí sin un representante de la «ciencia» oficial oficiando de ajado y poco fiable dispensador de optimismos–.
En 1987, por cierto, un presidente regional había promulgado un intento de algo: la Ley de Protección y Armonización de Usos del Mar Menor, que, al menos, podía haber mantenido dentro de ciertos límites el desastre que hoy asfixia por millones a los habitantes de la laguna y que terminará llevándose también, por miles, a los habitantes de sus riberas, atosigadas, además, por el exceso de barcos, de turismo, de urbanismo, de playas “regeneradas”…. Más tarde, ganó las elecciones otro partido, otro presidente, el cual derogó esa ley inmediatamente, reabriendo la puerta a tales excesos.
A lo largo de todo ese tiempo, elegidos una y otra vez, han pasado por y sobre el Mar Menor gobiernos, gobernados y “responsables” regionales de varios colores y todos los niveles, respaldados por el voto previsible y repetido –luego consciente– de muchos/as de quienes ahora tienen motivos sobrados para plañir junto a sus ya muertas riberas.
Tarde o temprano, las poderosas firmas, las grandes empresas que llevaron “el progreso” a esos lares se irán con los beneficios obtenidos, dejando atrás una devastación de largo alcance para la que no encontraron freno. Un asesinato perpetrado –sí– por los políticos, pero con la huella dactilar de… ustedes, el jurado».
(D. Muñoz)
(Foto carátula: ANSE)