25 DE JUNIO DE 1.178 (18 DE JUNIO EN EL CALENDARIO JULIANO)
Poco después de ponerse el Sol, cinco frailes del monasterio de Canterbury contemplaban la Luna, cuando algo del todo extraordinario ocurrió ante los ojos de todos.
Uno de ellos, Gervase, más tarde, prior del convento, dejó por escrito el testimonio de sus compañeros.
Escribió:
“….el cuerno superior se abrió en dos y, en el punto medio de la división, emergió una antorcha flameante que vomitaba fuego, carbones calientes y chispas. Mientras, el cuerpo de la Luna que estaba debajo se retorció. La Luna palpitó como una serpiente herida. Después, recuperó su estado normal. Este fenómeno se repitió una docena de veces o más, asumiendo la llama varias formas retorcidas al azar. Entonces, tras estas transformaciones, la Luna tomó una apariencia negruzca de cuerno a cuerno”.
El astrónomo de la Universidad del Estado de Nueva York Jack Hartung sostiene que lo que vieron los frailes de Canterbury fue el impacto de un asteroide, que debió dejar un cráter de al menos 12 kms de diámetro en una franja de entre 30 y 60 grados de latitud norte y entre 75 y 105 grados de longitud oeste.
Ya en las primeras imágenes que las misiones Apolo enviaron desde la Luna se vio claramente un cráter que encaja bastante bien en esas coordenadas. Tiene 22 kilómetros de diámetro y se le adjudicó el nombre de “Giordano Bruno”, el ex-fraile quemado vivo por la Inquisición en 1.600, por defender ideas como el heliocentrismo o la existencia de otros mundos habitados.