La noche del 7 de enero de 1610, Galileo Galilei estaba mirando con su recién construido telescopio hacia el planeta Júpiter y vio lo que él creyó que eran tres pequeñas estrellas alineadas frente al planeta gigante.
Menos de una semana después, observó que no sólo las tres habían cambiado su posición, sino que había aparecido una “estrella” más. Galileo propuso llamarlas María, Catalina, Cosme el mayor y Cosme el menor, que eran miembros de la familia del gran duque de Toscana, Cósimo de Médicis.
Pero lo que Galileo había descubierto en realidad eran los cuatro satélites mayores de Júpiter, que finalmente se llamaron Io, Calisto, Europa y Ganímedes y que, en su honor son llamados todavía hoy satélites “galileanos”.
El gran científico italiano había utilizado un primitivo telescopio refractor que él mismo se había construido siguiendo el modelo de un tal Johann Lippershey, que había empezado a fabricarlos ya en Suiza. Pero hasta que él construyó el suyo, a nadie se le había ocurrido apuntar uno de esos artefactos hacia el cielo.
Galileo fue el primero en descubrir un cuerpo –cuatro en total– del sistema solar no visible a simple vista, inaugurando así la astronomía moderna. Desde entonces, la evolución de los telescopios ha marcado, a saltos, la historia no sólo de la Astronomía planetaria, sino de la Cosmología. (DM)
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